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Los Hechos de los Apóstoles
¿dónde estuviera el cuerpo? Mas ahora muchos miembros son a la
verdad, empero un cuerpo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te he
menester: ni asimismo la cabeza a los pies: No tengo necesidad de
vosotros.... Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al
que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que
los miembros todos se interesen los unos por los otros. Por manera
que si un miembro padece, todos los miembros a una se duelen, y si
un miembro es honrado, todos los miembros a una se gozan. Pues
vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte.”
Y entonces, con palabras que desde ese día han sido para hom-
bres y mujeres una fuente de inspiración y aliento, Pablo expone la
importancia del amor que deberían abrigar los seguidores de Cristo:
“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad,
vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si
tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y
si tuviese toda la fe, de tal manera que traspasase los montes, y no
tengo caridad, nada soy. Y si repartiese toda mi hacienda para dar
de comer a pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no
tengo caridad, de nada me sirve.”
Por muy noble que sea lo profesado por aquel cuyo corazón
no está lleno del amor a Dios y a sus semejantes, no es verdadero
discípulo de Cristo. Aunque posea gran fe y tenga poder aun para
obrar milagros, sin amor su fe será inútil. Podrá desplegar gran
liberalidad; pero si el motivo es otro que el amor genuino, aunque dé
todos sus bienes para alimentar a los pobres, la acción no le merecerá
el favor de Dios. En su celo podrá hasta afrontar el martirio, pero
si no obra por amor, será considerado por Dios como engañado
entusiasta o ambicioso hipócrita.
“La caridad es sufrida, es benigna: la caridad no tiene envidia, la
caridad no hace sinrazón, no se ensancha.” El gozo más puro surge
de la más profunda humildad. Los caracteres más fuertes y nobles
están edificados sobre el fundamento de la paciencia, el amor y la
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sumisión a la voluntad de Dios.
La caridad “no es injuriosa, no busca lo suyo, no se irrita, no
piensa el mal.” El amor de Cristo concibe de la manera más favorable
los motivos y actos de los otros. No expone innecesariamente sus
faltas; no escucha ansiosamente los informes desfavorables, sino
que trata más bien de recordar las buenas cualidades de los otros.