Página 231 - Los Hechos de los Ap

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Se escucha el mensaje
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Al expresar su gozo por la reconversión y el crecimiento de ellos
en la gracia, Pablo atribuye a Dios toda la alabanza por esa transfor-
mación del corazón y la vida. “Mas a Dios gracias—exclamó,—el
cual hace que siempre triunfemos en Cristo Jesús, y manifiesta el
olor de su conocimiento por nosotros en todo lugar. Porque para
Dios somos buen olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se
pierden.” Era costumbre de entonces que un general victorioso en la
guerra trajera consigo al volver una caravana de cautivos. En esas
ocasiones se señalaban personas que llevaban incienso, y mientras
el ejército regresaba triunfalmente, el fragante olor era para los cau-
tivos condenados a muerte, un sabor de muerte, que mostraba que
estaba próximo el tiempo de su ejecución; pero para los prisioneros
que habían obtenido el favor del conquistador, y cuyas vidas iban
a ser perdonadas, era un sabor de vida, por cuanto mostraba que su
libertad estaba cerca.
Pablo estaba ahora lleno de fe y esperanza. Sentía que Satanás
no había de triunfar sobre la obra de Dios en Corinto, y con palabras
de alabanza exhaló la gratitud de su corazón. El y sus colaboradores
habrían de celebrar su victoria sobre los enemigos de Cristo y la
verdad avanzando con nuevo celo para extender el conocimiento del
Salvador. Como el incienso, la fragancia del Evangelio habría de
difundirse por el mundo. Para aquellos que aceptaran a Cristo, el
mensaje sería un sabor de vida para vida; pero para aquellos que
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persistieran en la incredulidad, un sabor de muerte para muerte.
Comprendiendo la enorme magnitud del trabajo, Pablo exclamó:
“Para estas cosas ¿quién es suficiente?” ¿Quién puede predicar a
Cristo de tal manera que sus enemigos no tengan justa causa para
despreciar al mensajero o el mensaje que da? Pablo deseaba hacer
sentir a los creyentes la solemne responsabilidad del ministerio
evangélico. Sólo la fidelidad en la predicación de la Palabra, unida
a una vida pura y consecuente, puede hacer aceptables a Dios y
útiles para las almas, los esfuerzos de los ministros. Los ministros
de nuestros días, compenetrados del sentido de la grandeza de la
obra, pueden con razón exclamar con el apóstol: “Para estas cosas
¿quién es suficiente?”
Había quienes acusaban a Pablo de haberse alabado al escribir
su carta anterior. El apóstol se refirió ahora a esto preguntando a los
miembros de la iglesia si juzgaban así sus motivos. “¿Comenzamos