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Los Hechos de los Apóstoles
otra vez a alabarnos a nosotros mismos?—preguntó,—¿o tenemos
necesidad, como algunos, de letras de recomendación para vosotros,
o de recomendación de vosotros?” Los creyentes que se trasladaban a
un lugar nuevo llevaban a menudo consigo cartas de recomendación
de la iglesia con la cual habían estado unidos anteriormente; pero los
obreros dirigentes, los fundadores de esas iglesias, no necesitaban tal
recomendación. Los creyentes corintios, que habían sido guiados del
culto de los ídolos a la fe del Evangelio, eran toda la recomendación
que Pablo necesitaba. Su recepción de la verdad, y la reforma que se
había operado en sus vidas, atestiguaban elocuentemente la fidelidad
de sus labores y su autoridad para aconsejar, reprender y exhortar
como ministro de Cristo.
Pablo consideraba a los hermanos corintios como su recomen-
dación. “Nuestras letras sois vosotros—dijo,—escritas en nuestros
corazones, sabidas y leídas de todos los hombres; siendo manifiesto
que sois letra de Cristo administrada de nosotros, escrita no con
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tinta, mas con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino
en tablas de carne del corazón.”
La conversión de los pecadores y su santificación por la verdad
es la prueba más poderosa que un ministro puede tener de que Dios
le ha llamado al ministerio. La evidencia de su apostolado está
escrita en los corazones de sus conversos y atestiguada por sus vidas
renovadas. Cristo se forma en ellos como la esperanza de gloria.
Un ministro es fortalecido grandemente por estas pruebas de su
ministerio.
Hoy los ministros de Cristo debieran tener el mismo testimonio
que la iglesia de Corinto daba de las labores de Pablo. Aunque
en este tiempo los predicadores son muchos, hay una gran escasez
de ministros capaces y santos,—de hombres llenos del amor que
moraba en el corazón de Cristo. El orgullo, la confianza propia, el
amor al mundo, las críticas, la amargura y la envidia son el fruto
que producen muchos de los que profesan la religión de Cristo. Sus
vidas, en agudo contraste con la vida del Salvador, dan a menudo un
triste testimonio del carácter de la labor ministerial bajo la cual se
convirtieron.
Un hombre no puede tener mayor honor que el ser aceptado por
Dios como apto ministro del Evangelio. Pero aquellos a quienes el
Señor bendice con poder y éxito en su obra no se vanaglorían. Reco-