Página 233 - Los Hechos de los Ap

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Se escucha el mensaje
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nocen su completa dependencia de él, y comprenden que no tienen
poder en sí mismos. Con Pablo dicen: “No que seamos suficientes
de nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos,
sino que nuestra suficiencia es de Dios; el cual asimismo nos hizo
ministros suficientes de un nuevo pacto.”
Un verdadero ministro hace la obra del Señor. Siente la impor-
tancia de su obra y comprende que mantiene con la iglesia y con
el mundo una relación similar a la que mantenía Cristo. Trabaja
incansablemente para guiar a los pecadores a una vida más noble y
elevada, para que puedan obtener la recompensa del vencedor. Sus
labios están tocados con un carbón encendido extraído del altar, y
ensalza a Jesús como la única esperanza del pecador. Los que le
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oyen saben que se ha acercado a Dios mediante la oración ferviente
y eficaz. El Espíritu Santo ha reposado sobre él, su alma ha sentido
el fuego vital del cielo, y puede comparar las cosas espirituales con
las espirituales. Se le da poder para derribar las fortalezas de Satanás.
Los corazones son quebrantados por su exposición del amor de Dios,
y muchos son inducidos a preguntar: “¿Qué es menester que yo haga
para ser salvo?”
“Por lo cual teniendo nosotros esta administración según la mise-
ricordia que hemos alcanzado, no desmayamos; antes quitamos los
escondrijos de vergüenza, no andando con astucia, ni adulterando
la palabra de Dios, sino por manifestación de la verdad encomen-
dándonos a nosotros mismos a toda conciencia humana delante de
Dios. Que si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se
pierden está encubierto: en los cuales el dios de este siglo cegó los
entendimientos de los incrédulos, para que no les resplandezca la
lumbre del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de
Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucris-
to, el Señor; y nosotros vuestros siervos por Jesús. Porque Dios, que
mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplan-
deció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de
la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.”
Así magnificaba el apóstol la gracia y la misericordia de Dios,
mostrada en el sagrado cometido que se le confiara como ministro
de Cristo. Por la abundante misericordia de Dios, él y sus hermanos
habían sido sostenidos en las dificultades, aflicciones y peligros. No
habían amoldado su fe y enseñanza para acomodarlas a los deseos de