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Los Hechos de los Apóstoles
la voz de alarma cuando se acercaba el enemigo. De su fidelidad
dependía la seguridad de todos los que estaban dentro. Se les exigía
que a intervalos determinados se llamaran unos a otros, para estar
seguros de que todos estaban despiertos, y que ninguno había re-
cibido daño alguno. El grito de buen ánimo o de advertencia era
transmitido de uno a otro, y cada uno repetía el llamado hasta que el
eco circundaba la ciudad.
A todos los ministros el Señor declara: “Tú pues, hijo del hombre,
yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de
mi boca, y los apercibirás de mi parte. Diciendo yo al impío: Impío,
de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío
de su camino, el impío morirá por su pecado, mas su sangre yo la
demandaré de tu mano. Y si tú avisares al impío de su camino para
que de él se aparte, y él no se apartare de su camino, ... tú libraste tu
vida.”
Ezequiel 33:7-9
.
Las palabras del profeta declaran la solemne responsabilidad de
los que son colocados como guardianes de la iglesia, mayordomos
de los misterios de Dios. Han de permanecer como atalayas sobre los
muros de Sión, para dar la nota de alarma al acercarse el enemigo.
Las almas están en peligro de caer bajo la tentación, y perecerán a
menos que los ministros de Dios sean fieles en su cometido. Si por
alguna razón sus sentidos espirituales se entorpecen hasta que sean
incapaces de discernir el peligro, y porque no dieron la amonestación
el pueblo perece, Dios requerirá de sus manos la sangre de los
perdidos.
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Es el privilegio de los atalayas de los muros de Sión vivir tan
cerca de Dios, ser tan susceptibles a las impresiones de su Espíritu,
que él pueda obrar por medio de ellos para advertir a los hombres
y mujeres su peligro, y señalarles el lugar de seguridad. Han de
advertirles fielmente el seguro resultado de la transgresión, y prote-
ger fielmente los intereses de la iglesia. En ningún tiempo pueden
descuidar su vigilancia. La suya es una obra que requiere el ejercicio
de todas las facultades de su ser. Sus voces han de elevarse con
tonos de trompeta, y nunca han de dar una nota vacilante e incierta.
No han de trabajar por la paga, sino porque no pueden obrar de
otra manera, porque comprenden que pesa un ay sobre ellos si no
predican el Evangelio. Escogidos por Dios, sellados con la sangre