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Los Hechos de los Apóstoles
el conflicto, avanza hacia el cielo: “Porque lo que al presente es
momentáneo y leve de nuestra tribulación, nos obra un sobremanera
alto y eterno peso de gloria; no mirando nosotros a las cosas que
se ven, sino a las que no se ven.”
2 Corintios 4:17, 18
. Los ojos de
Pablo estaban siempre fijos en lo invisible y eterno. Al comprender
que luchaba contra poderes sobrenaturales, se confiaba a Dios, y en
esto residía su fuerza. Es viendo al Invisible como el alma adquiere
fuerza y vigor y se quebranta el poder de la tierra sobre la mente y
el carácter.
Un pastor debería tratar libremente con la gente por la cual
trabaja, para familiarizarse con ella y saber adaptar su enseñanza
a sus necesidades. Cuando un ministro de la Palabra ha predicado
un sermón, su trabajo apenas ha comenzado. Tiene que hacer obra
personal. Debe visitar a la gente en sus casas, hablar y orar con ella
con fervor y humildad. Hay familias que nunca serán alcanzadas por
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las verdades de la Palabra de Dios, a menos que los dispensadores
de su gracia penetren en sus hogares y les señalen el camino más
elevado. Pero los corazones de los que hacen este trabajo deben latir
al unísono con el corazón de Cristo.
Mucho abarca la orden: “Ve por los caminos y por los vallados, y
fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa.”
Lucas 14:23
. Enseñen
los ministros la verdad en las familias, vinculándose estrechamente
con aquellos por quienes trabajan, y mientras cooperen así con Dios,
él los revestirá de poder espiritual. Cristo los guiará en su trabajo,
y les dará palabras que penetren profundamente en los corazones
de sus oyentes. Es el privilegio de todo ministro poder decir con
Pablo: “Porque no he rehuído de anunciaros todo el consejo de
Dios.” “Nada que fuese útil he rehuído de anunciaros y enseñaros,
públicamente y por las casas, ... arrepentimiento para con Dios, y la
fe en nuestro Señor Jesucristo.”
Hechos 20:27, 20, 21
.
El Salvador iba de casa en casa, sanando a los enfermos, confor-
tando a los enlutados, consolando a los afligidos, hablando paz a los
desconsolados. Tomaba a los niñitos en sus brazos y los bendecía,
y hablaba palabras de esperanza y consuelo a las cansadas madres.
Con incansable ternura y cortesía, trataba toda forma de aflicción y
dolor humanos. No trabajaba para sí sino para otros. Era siervo de
todos. Era su comida y bebida infundir esperanza y fuerza a todos
aquellos con quienes se relacionaba. Mientras los hombres y mujeres