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Los Hechos de los Apóstoles
poder de Dios; por medio de la armadura de justicia, a diestra y
a siniestra, por medio de honra y deshonra, por medio de mala
fama y buena fama; como impostores, y sin embargo veraces; como
desconocidos, y sin embargo bien conocidos; como moribundos,
y he aquí que vivimos; como castigados, mas no muertos; como
pesarosos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a
muchos.”
Vers. 4-10 (VM)
.
A Tito escribió: “Exhorta asimismo a los mancebos a que sean
comedidos; mostrándote en todo por ejemplo de buenas obras; en
doctrina haciendo ver integridad, gravedad, palabra sana, e irrepren-
sible; que el adversario se avergüence, no teniendo mal ninguno que
decir de vosotros.”
Tito 2:6-8
.
No hay nada más precioso a la vista de Dios que los ministros de
su Palabra, que penetran en los desiertos de la tierra para sembrar las
semillas de verdad, esperando la cosecha. Ninguno sino Cristo puede
medir la solicitud de sus siervos mientras buscan al perdido. El les
imparte su Espíritu, y por sus esfuerzos las almas son inducidas a
volverse del pecado a la justicia.
Dios llama a hombres dispuestos a dejar sus granjas, sus nego-
cios, si es necesario sus familias, para llegar a ser misioneros suyos.
Y el llamamiento hallará respuesta. En lo pasado hubo hombres
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que, conmovidos por el amor de Cristo y las necesidades de los
perdidos, dejaron las comodidades del hogar y la asociación de los
amigos, aun la de la esposa y los hijos, para ir a tierras extranjeras,
entre idólatras y salvajes, a proclamar el mensaje de misericordia.
Muchos perdieron la vida en la empresa, pero se levantaron otros
para continuar la obra. Así, paso a paso, la causa de Cristo ha progre-
sado, y la semilla sembrada con tristeza ha producido una abundante
cosecha. El conocimiento de Dios ha sido extendido ampliamente, y
el estandarte de la cruz ha sido plantado en tierras paganas.
Por la conversión de un pecador, el ministro somete a máximo
esfuerzo sus recursos. El alma que Dios ha creado y Cristo ha
redimido es de gran valor, por causa de las posibilidades que tiene
por delante, las ventajas espirituales que se le han concedido, las
capacidades que puede poseer si la vivifica la Palabra de Dios, y la
inmortalidad que puede obtener mediante la esperanza presentada en
el Evangelio. Y si Cristo dejó las noventa y nueve para poder buscar
y salvar a la única oveja perdida, ¿podemos justificarnos nosotros si