Página 277 - Los Hechos de los Ap

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Último viaje de Pablo a Jerusalén
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más directa por tierra entre Troas y Asón, para encontrar a sus com-
pañeros en esta última ciudad. Esto le dió un breve tiempo para
meditar y orar. Las dificultades y peligros relacionados con su pró-
xima visita a Jerusalén, la actitud de la iglesia allí hacia él y su obra,
como también la condición de las iglesias y los intereses de la obra
del Evangelio en otros campos, eran temas de reflexión fervorosa y
ansiosa; y aprovechó esta oportunidad especial para buscar a Dios
en procura de fuerza y dirección.
Los viajeros, después de partir de Asón, pasaron por la ciudad
de Efeso, por tanto tiempo escenario de la labor del apóstol. Pablo
había deseado grandemente visitar a la iglesia allí, porque tenía
que darle importantes instrucciones y consejos. Pero después de
considerarlo, decidió seguir adelante, porque deseaba “hacer el día
de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalem.” Sin embargo, al
llegar a Mileto, situada a unos cincuenta kilómetros de Efeso, supo
que podría comunicarse con los miembros de la iglesia antes que
partiese el barco. Envió inmediatamente un mensaje a los ancianos,
instándolos a que fuesen prestamente a Mileto, para que pudiese
verlos antes de continuar viaje.
En respuesta a su invitación, ellos fueron, y les dirigió palabras
fuertes y conmovedoras de amonestación y despedida. “Vosotros sa-
béis cómo—dijo,—desde el primer día que entré en Asia, he estado
con vosotros por todo el tiempo, sirviendo al Señor con toda humil-
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dad, y con muchas lágrimas y tentaciones que me han venido por las
asechanzas de los Judíos: cómo nada que fuese útil he rehuído de
anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a
los Judíos y a los Gentiles arrepentimiento para con Dios, y la fe en
nuestro Señor Jesucristo.”
Pablo había exaltado siempre la ley divina. Había mostrado que
en la ley no hay poder para salvar a los hombres del castigo de la
desobediencia. Los que han obrado mal deben arrepentirse de sus
pecados y humillarse ante Dios, cuya justa ira han provocado al
violar su ley; y deben también ejercer fe en la sangre de Cristo como
único medio de perdón. El Hijo de Dios había muerto en sacrificio
por ellos, y ascendido al cielo para ser su abogado ante el Padre. Por
el arrepentimiento y la fe, ellos podían librarse de la condenación
del pecado y, por la gracia de Cristo, obedecer la ley de Dios.