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Los Hechos de los Apóstoles
De Mileto, los viajeros fueron “camino derecho a Coos, y al día
siguiente a Rhodas, y de allí a Pátara,” situada en la costa sudoeste
de Asia Menor, donde, “hallando un barco que pasaba a Fenicia,”
se embarcaron y partieron. En Tiro, donde fué descargado el barco,
hallaron algunos discípulos, con quienes se les permitió que perma-
neciesen siete días. Por medio del Espíritu Santo, estos discípulos
fueron advertidos de los peligros que esperaban a Pablo en Jeru-
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salén, e insistieron que “no subiese a Jerusalem.” Pero el apóstol
no permitió que el temor a las aflicciones y el encarcelamiento le
hicieran desistir de su propósito.
Al final de la semana pasada en Tiro, todos los hermanos, con
sus esposas e hijos, fueron con Pablo hasta el barco, y antes que él
subiese a bordo, todos se arrodillaron en la costa y oraron, él por
ellos y ellos por él.
Siguiendo su viaje hacia el sur, los viajeros llegaron a Cesarea,
y “entrando en casa de Felipe el evangelista, el cual era uno de
los siete,” posaron con él. Allí pasó Pablo algunos días tranquilos
y felices, los últimos de libertad perfecta que había de gozar por
mucho tiempo.
Mientras Pablo estaba en Cesarea, “descendió de Judea un pro-
feta, llamado Agabo; y venido a nosotros—dice Lucas,—tomó el
cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el
Espíritu Santo: Así atarán los Judíos en Jerusalem al varón cuyo es
este cinto, y le entregarán en manos de los Gentiles.”
“Lo cual como oímos—continuó Lucas,—le rogamos nosotros y
los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalem.” Pero Pablo no quiso
apartarse de la senda del deber. Seguiría a Cristo si fuera necesario
a la prisión y a la muerte. “¿Qué hacéis llorando y afligiéndome el
corazón?—exclamó—porque yo no sólo estoy presto a ser atado,
mas aun a morir en Jerusalem por el nombre del Señor Jesús.” Viendo
que le producían dolor sin que cambiara de propósito, los hermanos
dejaron de importunarle, diciendo solamente: “Hágase la voluntad
del Señor.”
Pronto llegó el fin de la breve estada en Cesarea, y acompañado
por algunos de los hermanos, Pablo y sus acompañantes partieron
para Jerusalén, con los corazones oprimidos por el presentimiento
de una desgracia inminente.