Página 281 - Los Hechos de los Ap

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Último viaje de Pablo a Jerusalén
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Nunca antes se había acercado el apóstol a Jerusalén con tan
entristecido corazón. Sabía que iba a encontrar pocos amigos y
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muchos enemigos. Se acercaba a la ciudad que había rechazado y
matado al Hijo de Dios y sobre la cual pendían los juicios de la
ira divina. Recordando cuán acerbo había sido su propio prejuicio
contra los seguidores de Cristo, sentía la más profunda compasión
por sus engañados compatriotas. Y sin embargo, ¡cuán poco podía
esperar que fuera capaz de ayudarles! La misma ciega cólera que un
tiempo inflamara su propio corazón, encendía ahora con indecible
intensidad el corazón de todo un pueblo contra él.
No podía contar siquiera con el apoyo y la simpatía de los her-
manos en la fe. Los judíos inconversos que le habían seguido muy
de cerca el rastro, no habían sido lentos en hacer circular, acerca de
él y su trabajo, los más desfavorables informes en Jerusalén, tanto
personalmente como por carta; y algunos, aun de los apóstoles y
ancianos, habían recibido esos informes como verdad, sin hacer es-
fuerzo alguno por contradecirlos, ni manifestar deseo de concordar
con él.
Sin embargo, en medio de sus desalientos, el apóstol no estaba
desesperado. Confiaba en que la Voz que había hablado a su corazón,
hablaría al de sus compatriotas y que el Señor a quien los demás
discípulos amaban y servían uniría sus corazones al suyo en la obra
del Evangelio.
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