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Los Hechos de los Apóstoles
amoldados y moldeados, no de acuerdo con ideas humanas, sino
según la similitud con lo divino.
En su ministerio, el apóstol Pablo había enseñado a la gente no
“con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas con demostra-
ción del Espíritu y de poder.” Las verdades que proclamaba le habían
sido reveladas por el Espíritu Santo; “porque el Espíritu todo lo escu-
driña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe
las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así
tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios....
Lo cual—declaró Pablo—también hablamos, no con doctas palabras
de humana sabiduría, mas con doctrina del Espíritu, acomodando lo
espiritual a lo espiritual.”
1 Corintios 2:4, 10-13
.
Durante todo su ministerio, Pablo había mirado a Dios en procu-
ra de su dirección personal. Al mismo tiempo había tenido mucho
cuidado de trabajar de acuerdo con las decisiones del concilio gene-
ral de Jerusalén; y como resultado, las iglesias “eran confirmadas
en fe, y eran aumentadas en número cada día.”
Hechos 16:5
. Y aho-
ra, no obstante la falta de simpatía que algunos le demostraban, se
consolaba al saber que había cumplido su deber fomentando en sus
conversos un espíritu de lealtad, generosidad y amor hermanable,
según lo revelaban en esta ocasión por las liberales contribuciones
que pudo colocar ante los ancianos judíos.
Después de la presentación de las ofrendas, Pablo “contó por
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menudo lo que Dios había hecho entre los Gentiles por su ministe-
rio.” Esta enumeración de hechos produjo en todos los corazones,
aun en los que habían dudado, la convicción de que la bendición del
cielo había acompañado sus labores. “Y ellos como lo oyeron, glori-
ficaron a Dios.” Sintieron que los métodos de trabajo seguidos por el
apóstol llevaban el sello del cielo. Las generosas contribuciones que
tenían delante añadían peso al testimonio del apóstol en cuanto a la
fidelidad de las nuevas iglesias establecidas entre los gentiles. Los
hombres que, mientras figuraban entre los encargados de la obra en
Jerusalén, habían insistido en que se tomaran medidas arbitrarias de
control, vieron desde un nuevo punto de vista el ministerio de Pablo,
y se convencieron de que era su propio proceder el equivocado; que
ellos habían sido esclavos de las costumbres y tradiciones judías, y
que la obra del Evangelio había sido grandemente estorbada porque