Página 285 - Los Hechos de los Ap

Basic HTML Version

La prisión de Pablo
281
no habían comprendido que la muralla de separación entre los judíos
y gentiles había sido derribada por la muerte de Cristo.
Se ofrecía una áurea oportunidad a todos los hombres dirigen-
tes de confesar francamente que Dios había obrado por medio del
apóstol Pablo y que ellos habían errado al permitir que los informes
de los enemigos despertaran sus celos y prejuicios. Pero en lugar
de unirse en un esfuerzo por hacer justicia al perjudicado, le dieron
un consejo que mostraba el sentimiento todavía acariciado por ellos
de que Pablo debía ser considerado en alto grado responsable por
los prejuicios existentes. No tomaron noblemente su defensa ni se
esforzaron por mostrar su error a los desafectos, sino que trataron
de hacerle transigir aconsejándole que siguiera un proceder que, en
su opinión, haría desaparecer todo lo que fuese causa de aprensión
errónea.
“Ya ves, hermano—dijeron, en respuesta a su testimonio,—
cuántos millares de Judíos hay que han creído; y todos son celadores
de la ley: mas fueron informados acerca de ti, que enseñas a apartarse
de Moisés a todos los Judíos que están entre los Gentiles, diciéndoles
[324]
que no han de circuncidar a los hijos, ni andar según la costumbre.
¿Qué hay, pues? La multitud se reunirá de cierto: porque oirán que
has venido. Haz pues esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro
hombres que tienen voto sobre sí: tomando a éstos contigo, purifíca-
te con ellos, y gasta con ellos, para que rasuren sus cabezas, y todos
entiendan que no hay nada de lo que fueron informados acerca de
ti; sino que tú también andas guardando la ley. Empero cuanto a
los que de los Gentiles han creído, nosotros hemos escrito haberse
acordado que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan
de lo que fuere sacrificado a los ídolos, y de sangre, y de ahogado, y
de fornicación.”
Los hermanos esperaban que Pablo, al seguir el proceder acon-
sejado, pudiera contradecir en forma decisiva los falsos informes
concernientes a él. Le aseguraron que la decisión del concilio ante-
rior respecto a los conversos gentiles y a la ley ceremonial, estaba
todavía en vigencia. Pero el consejo que le daban ahora no estaba de
acuerdo con aquella decisión. El Espíritu de Dios no había sugerido
esta instrucción; era el fruto de la cobardía. Los dirigentes de la igle-
sia de Jerusalén sabían que por no conformarse a la ley ceremonial,
los cristianos se acarrearían el odio de los judíos y se expondrían a la