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Los Hechos de los Apóstoles
persecución. El Sanedrín estaba haciendo todo lo que podía para im-
pedir el progreso del Evangelio. Ese cuerpo escogía a hombres para
que siguieran a los apóstoles, especialmente a Pablo, y se opusieran
de toda forma posible a su obra. Si los creyentes en Cristo fueran
condenados ante el Sanedrín como transgresores de la ley, serían
rápida y severamente castigados como apóstatas de la fe judía.
Muchos de los judíos que habían aceptado el Evangelio tenían
todavía en alta estima la ley ceremonial, y estaban muy dispuestos
a hacer concesiones imprudentes, esperando ganar así la confian-
za de sus compatriotas, quitar su prejuicio y ganarlos a la fe de
Cristo como Redentor del mundo. Pablo comprendía que mientras
muchos de los miembros dirigentes de la iglesia de Jerusalén conti-
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nuaran abrigando prejuicios contra él, tratarían constantemente de
contrarrestar su influencia. Tenía la impresión de que si por alguna
concesión razonable pudiera ganarlos a la verdad, podría quitar un
gran obstáculo para el éxito del Evangelio en otros lugares. Pero
no estaba autorizado por Dios para concederles tanto como ellos
pedían.
Cuando pensamos en el gran deseo que tenía Pablo de estar en
armonía con sus hermanos, en su ternura por los débiles en la fe, en
su reverencia por los apóstoles que habían estado con Cristo, y hacia
Santiago, el hermano del Señor, y en su propósito de llegar a ser todo
para todos, siempre que esto no le obligara a sacrificar sus principios,
no nos sorprende tanto que se sintiese constreñido a desviarse del
curso firme y decidido que hasta entonces había seguido. Pero en
vez de lograr el propósito deseado, sus esfuerzos de conciliación
sólo precipitaron la crisis, apresuraron sus predichos sufrimientos, y
le separaron de sus hermanos, de modo que la iglesia quedó privada
de uno de sus más fuertes pilares, y los corazones cristianos de todas
partes se llenaron de tristeza.
Al día siguiente Pablo empezó a llevar a cabo los consejos de los
ancianos. Los cuatro hombres que estaban bajo el voto del nazareato,
cuyo término estaba a punto de expirar, fueron introducidos por
Pablo en el templo, “para anunciar el cumplimiento de los días de
la purificación, hasta ser ofrecida ofrenda por cada uno de ellos.”
Debían ofrecerse aún por la purificación ciertos sacrificios costosos.
Aquellos que habían aconsejado a Pablo que tomara esta me-
dida no habían considerado plenamente el gran peligro al cual se