Página 287 - Los Hechos de los Ap

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La prisión de Pablo
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expondría así. Por entonces Jerusalén estaba llena de adoradores pro-
cedentes de muchos países. Cuando, en cumplimiento de la comisión
que Dios le diera, Pablo había llevado el Evangelio a los gentiles, ha-
bía visitado muchas de las mayores ciudades del mundo, y era bien
conocido por miles que desde regiones extranjeras habían acudido a
Jerusalén para asistir a las fiestas. Entre éstos había hombres cuyos
corazones estaban llenos de verdadero odio contra Pablo; y para él,
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entrar en el templo en una ocasión pública era poner en peligro su
vida. Por varios días entró y salió entre los adoradores al parecer
sin ser notado; pero antes que terminara el período especificado,
mientras hablaba con un sacerdote concerniente a los sacrificios que
debían ofrecerse, fué reconocido por algunos judíos de Asia.
Estos se precipitaron sobre él con furia demoníaca gritando:
“Varones Israelitas, ayudad: Este es el hombre que por todas partes
enseña a todos contra el pueblo, y la ley, y este lugar.” Y cuando el
pueblo acudió a prestar ayuda, agravaron la acusación, diciendo: “Y
además de esto ha metido Gentiles en el templo, y ha contaminado
este lugar santo.”
Según la ley judía, era un crimen punible de muerte el que un
incircunciso penetrara en los atrios interiores del edificio sagrado.
Habían visto a Pablo en la ciudad en compañía de Trófimo, de Efeso,
y suponían que Pablo le había introducido en el templo. Pero no
había hecho tal cosa; y como Pablo era judío, no violaba la ley al
entrar en el templo. No obstante ser de todo punto falsa la acusación,
sirvió para excitar los prejuicios populares. Al propalarse los gritos
por los atrios del templo, la gente allí reunida fué presa de salvaje
excitación. La noticia cundió rápidamente por Jerusalén, y “toda la
ciudad se alborotó, y agolpóse el pueblo.”
Que un apóstata de Israel pretendiera profanar el templo pre-
cisamente cuando miles habían venido de todas partes del mundo
para adorar, excitó las pasiones más fieras de la turba. “Y tomando a
Pablo, hiciéronle salir fuera del templo, y luego las puertas fueron
cerradas.”
“Y procurando ellos matarle, fué dado aviso al tribuno de la com-
pañía, que toda la ciudad de Jerusalem estaba alborotada.” Claudio
Lisias conocía muy bien a los levantiscos elementos con los cuales
tenía que tratar, y “tomando luego soldados y centuriones, corrió a
ellos. Y ellos como vieron al tribuno y a los soldados, cesaron de