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Los Hechos de los Apóstoles
herir a Pablo.” Ignorante de la causa del tumulto, pero en vista de
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que la furia de la multitud se dirigía contra Pablo, el tribuno romano
se figuró que era cierto sedicioso egipcio de quien había oído hablar,
y que hasta entonces no habían logrado capturar. Por lo tanto, “le
prendió, y le mandó atar con dos cadenas; y preguntó quién era y qué
había hecho.” En seguida se levantaron muchas voces en clamorosa
y colérica acusación; “unos gritaban una cosa, y otros otra: y como
no podía entender nada de cierto a causa del alboroto, le mandó
llevar a la fortaleza. Y como llegó a las gradas, aconteció que fué
llevado de los soldados a causa de la violencia del pueblo; porque
multitud de pueblo venía detrás, gritando: Mátale.”
El apóstol se mantenía tranquilo y dueño de sí en medio del
tumulto. Su mente estaba fija en Dios, y sabía que le rodeaban los
ángeles del cielo. No quería dejar el templo sin hacer un esfuer-
zo para proclamar la verdad a sus compatriotas, y cuando iban a
conducirlo al castillo, le dijo al tribuno: “¿Me será lícito hablarte
algo?” Lisias replicó: “¿Sabes griego? ¿No eres tú aquel Egipcio
que levantaste una sedición antes de estos días, y sacaste al desierto
cuatro mil hombres salteadores?” Entonces repuso Pablo: “Yo de
cierto soy hombre Judío, ciudadano de Tarso, ciudad no obscura de
Cilicia: empero ruégote que me permitas que hable al pueblo.”
Concedido el permiso, “Pablo, estando en pie en las gradas,
hizo señal con la mano al pueblo.” El ademán del apóstol atrajo la
atención del gentío, y su porte le inspiró respeto. “Y hecho grande
silencio, habló en lengua hebrea, diciendo: Varones hermanos y
padres, oíd la razón que ahora os doy.” Al oír las familiares palabras
hebreas, “guardaron más silencio;” y en medio del silencio general,
continuó:
“Yo de cierto soy Judío, nacido en Tarso de Cilicia, mas criado
en esta ciudad a los pies de Gamaliel, enseñado conforme a la ver-
dad de la ley de la patria, celoso de Dios, como todos vosotros sois
hoy.” Nadie podía negar las declaraciones del apóstol, siendo que
los hechos que relataba eran bien conocidos para muchos que vivían
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todavía en Jerusalén. Habló entonces de su celo anterior en perseguir
a los discípulos de Cristo, hasta la muerte; y narró las circunstancias
de su conversión, contando a sus oyentes cómo su propio corazón
orgulloso había sido inducido a postrarse ante el Nazareno crucifi-
cado. Si hubiera procurado discutir con sus opositores, se habrían