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Los Hechos de los Apóstoles
hermanos, yo con toda buena conciencia he conversado delante de
Dios hasta el día de hoy.” Después de oír estas palabras, sus odios
se encendieron de nuevo; “el príncipe de los sacerdotes, Ananías,
mandó entonces a los que estaban delante de él que le hiriesen en la
boca.” A su inhumana orden, Pablo exclamó: “Herirte ha Dios, pared
blanqueada: ¿y estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y
contra la ley me mandas herir? Y los que estaban presentes dijeron:
¿Al sumo sacerdote de Dios maldices?” Con su habitual cortesía
Pablo respondió: “No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote;
pues escrito está: Al príncipe de tu pueblo no maldecirás.
“Entonces Pablo, sabiendo que la una parte era de Saduceos,
y la otra de Fariseos, clamó en el concilio: Varones hermanos, yo
soy Fariseo, hijo de Fariseo: de la esperanza y de la resurrección
de los muertos soy yo juzgado. Y como hubo dicho esto, fué he-
cha disensión entre los Fariseos y los Saduceos; y la multitud fué
dividida. Porque los Saduceos dicen que no hay resurrección, ni
ángel, ni espíritu, mas los Fariseos confiesan ambas cosas.” Los dos
partidos empezaron a disputar entre sí; y de este modo se quebrantó
su oposición contra Pablo. “Los escribas de la parte de los Fariseos,
contendían diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre; que si
espíritu le ha hablado, o ángel, no resistamos a Dios.”
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En la confusión que siguió a esto, los saduceos se esforzaban
en apoderarse del apóstol para matarlo, y los fariseos luchaban con
todo ardor por protegerlo. “El tribuno, teniendo temor de que Pablo
fuese despedazado de ellos, mandó venir soldados, y arrebatarle de
en medio de ellos, y llevarle a la fortaleza.”
Después, reflexionando sobre las arduas experiencias de aquel
día, receló Pablo de que su conducta no hubiese sido agradable a
Dios. ¿Acaso se había equivocado al visitar a Jerusalén? ¿Le había
conducido a este desastroso resultado su gran deseo de estar en
armonía con sus hermanos?
La posición que los judíos como profeso pueblo de Dios ocu-
paban ante el mundo incrédulo, causaba al apóstol intensa angustia
de espíritu. ¿Cómo los considerarían estos oficiales paganos? Pre-
tendían ser adoradores de Jehová y ocupar oficios sagrados, y sin
embargo se entregaban al dominio de una ira ciega e irrazonable,
tratando de destruir aun a sus hermanos que se atrevían a diferir de
ellos en fe religiosa, y convirtieron a su más solemne consejo deli-