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Los Hechos de los Apóstoles
En lugar de rechazar esta cruel estratagema, los sacerdotes y
gobernantes la aprobaron ansiosos. Pablo había dicho la verdad al
comparar a Ananías con un sepulcro blanqueado.
Pero Dios intervino para salvar la vida de su siervo. Un hijo de la
hermana de Pablo, al oír el crimen que tramaban los asesinos, “entró
en la fortaleza, y dió aviso a Pablo. Y Pablo, llamando a uno de
los centuriones, dice: Lleva a este mancebo al tribuno, porque tiene
cierto aviso que darle. El entonces tomándole, le llevó al tribuno,
y dijo: El preso Pablo, llamándome, me rogó que trajese a ti este
mancebo que tiene algo que hablarte.”
Claudio Lisias recibió bondadosamente al joven, y llevándole
aparte, le preguntó: “¿Qué es lo que tienes que decirme?” El joven
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respondió: “Los Judíos han concertado rogarte que mañana saques a
Pablo al concilio, como que han de inquirir de él alguna cosa más
cierta. Mas tú no los creas; porque más de cuarenta hombres de ellos
le acechan, los cuales han hecho voto debajo de maldición, de no
comer ni beber hasta que le hayan muerto; y ahora están apercibidos
esperando tu promesa. Entonces el tribuno despidió al mancebo,
mandándole que a nadie dijese que le había dado aviso de esto.”
Lisias decidió en seguida trasladar a Pablo de su jurisdicción
a la de Félix, el procurador. Como pueblo, los judíos estaban en
un estado de excitación e irritación, y los tumultos ocurrían con
frecuencia. La continua presencia del apóstol en Jerusalén podía
conducir a consecuencias peligrosas para la ciudad, y aun para el
mismo comandante. Por lo tanto, “llamados dos centuriones, mandó
que apercibiesen para la hora tercia de la noche doscientos solda-
dos, que fuesen hasta Cesarea, y setenta de a caballo, y doscientos
lanceros; y que aparejasen cabalgaduras en que poniendo a Pablo, le
llevasen en salvo a Félix el Presidente.”
No había tiempo que perder antes de enviar a Pablo. “Y los sol-
dados, tomando a Pablo como les era mandado, lleváronle de noche
a Antipatris.” Desde ese lugar los hombres de a caballo fueron con el
preso hasta Cesarea, mientras los cuatrocientos infantes regresaron
a Jerusalén.
El oficial que estaba a cargo del destacamento entregó su preso
a Félix, y le presentó también una carta que el tribuno le había
confiado: