Página 293 - Los Hechos de los Ap

Basic HTML Version

La prisión de Pablo
289
“Claudio Lisias al excelentísimo gobernador Félix: Salud. A este
hombre, aprehendido de los Judíos, y que iban ellos a matar, libré
yo acudiendo con la tropa, habiendo entendido que era Romano. Y
queriendo saber la causa por qué le acusaban, le llevé al concilio de
ellos: y hallé que le acusaban de cuestiones de la ley de ellos, y que
ningún crimen tenía digno de muerte o de prisión. Mas siéndome
dado aviso de asechanzas que le habían aparejado los Judíos, luego
al punto le he enviado a ti, intimando también a los acusadores que
[333]
traten delante de ti lo que tienen contra él. Pásalo bien.”
Después de leer esta comunicación, Felix preguntó de qué pro-
vincia era el preso, y al informársele de que era de Cilicia, dijo: “Te
oiré ... cuando vengan tus acusadores. Y mandó que le guardasen en
el pretorio de Herodes.”
El caso de Pablo no fué el primero en que un siervo de Dios
encontrara entre los paganos un refugio contra la maldad del pueblo
profeso de Jehová. Impulsados por su ira contra Pablo, los judíos
habían añadido otro crimen a la sombría lista que caracterizaba su
historia. Además, habían endurecido su corazón contra la verdad y
hecho más segura su condena.
Pocos comprenden el pleno significado de las palabras que Cris-
to habló cuando, en la sinagoga de Nazaret, se anunció como el
Ungido. Declaró que su misión era consolar, bendecir y salvar a los
afligidos y pecadores. Luego, viendo que el orgullo y la incredulidad
dominaban los corazones de sus oyentes, les recordó que en tiempos
pasados Dios se había apartado de su pueblo escogido por causa de
su incredulidad y rebelión y se había manifestado a los habitantes de
tierras paganas que no habían rechazado la luz del cielo. La viuda
de Sarepta y Naamán el siro, habían vivido de acuerdo con toda la
luz que tenían, por lo cual se los consideró más justos que el pueblo
escogido de Dios que se había apartado de él y había sacrificado sus
principios a las conveniencias y honores mundanales.
En Nazaret Cristo dijo a los judíos una terrible verdad al declarar
que en medio del Israel apóstata no había seguridad para el fiel
mensajero de Dios. No querían conocer su valor ni apreciaban sus
labores. Mientras los dirigentes judíos profesaban tener gran celo
por el honor de Dios y el bien de Israel, eran enemigos de ambos. Por
precepto y ejemplo, alejaban cada vez más al pueblo de la obediencia