Página 299 - Los Hechos de los Ap

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El juicio en Cesarea
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Dios reclama con derecho el amor y la obediencia de todas sus
criaturas. Les ha dado en su ley una norma perfecta de justicia. Pero
muchos olvidan a su Hacedor, y en oposición a su voluntad eligen
seguir sus propios caminos. Retribuyen con enemistad el amor que
es tan alto como el cielo, tan ancho como el universo. Dios no puede
rebajar los requerimientos de su ley para satisfacer la norma de los
impíos; ni pueden los hombres, por su propio poder, satisfacer las
demandas de la ley. Solamente por la fe en Cristo puede el pecador
ser limpiado de sus culpas y capacitado para prestar obediencia a la
ley de su Hacedor.
De ese modo, Pablo, el preso, recalcó con insistencia lo que la ley
divina exigía a judíos y gentiles, y presentó a Jesús, el despreciado
Nazareno, como el Hijo de Dios, el Redentor del mundo.
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La princesa judía entendía bien el carácter sagrado de esa ley que
tan desvergonzadamente había transgredido; pero su prejuicio contra
el Hombre del Calvario endureció su corazón contra la palabra de
vida. Pero Félix nunca antes había escuchado la verdad; y cuando el
Espíritu de Dios convenció su alma, se conmovió profundamente.
La conciencia, despierta ahora, dejó oír su voz y Félix sintió que
las palabras de Pablo eran verdaderas. La memoria le recordó su
culpable pasado. Con terrible nitidez recordó los secretos de su vida
de libertinaje y de derramamiento de sangre, y el obscuro registro de
sus años ulteriores. Se vió licencioso, cruel, codicioso. Nunca antes
la verdad había impresionado de esta manera su corazón. Nunca
antes se había llenado así su alma de terror. El pensamiento de que
todos los secretos de su carrera de crímenes estaban abiertos ante
los ojos de Dios, y que habría de ser juzgado de acuerdo con sus
hechos, le hizo temblar de miedo.
Pero en vez de permitir que sus convicciones lo llevaran al arre-
pentimiento, trató de ahuyentar estas reflexiones desagradables. La
entrevista con Pablo fué suspendida. “Ahora vete—dijo;—mas en
teniendo oportunidad te llamaré.”
¡Cuánto contrastaba el proceder de Félix con el del carcelero
de Filipos! Los siervos del Señor fueron conducidos en cadenas
al carcelero, como Pablo a Félix. La evidencia que dieron de ser
sostenidos por un poder divino, su regocijo bajo el sufrimiento y la
desgracia, su valentía cuando la tierra temblaba por el terremoto, su
espíritu perdonador semejante al de Cristo, produjeron convicción