Página 317 - Los Hechos de los Ap

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En Roma
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El apóstol mostró que la religión no consiste en ritos y cere-
monias, credos y teorías. Si así fuera, el hombre natural podría
entenderla por investigación, así como entiende las cosas del mundo.
Pablo enseñó que la religión es un positivo poder salvador, un prin-
cipio proveniente enteramente de Dios, una experiencia personal del
poder renovador de Dios en el alma.
Les mostró cómo Moisés enseñó a Israel a mirar a Cristo como al
Profeta a quien ellos debían oír; cómo todos los profetas testificaron
de él como el gran remedio de Dios para el pecado, el Inocente
que había de llevar los pecados del culpable. Pablo no censuró la
observancia de sus ritos y ceremonias, pero les mostró que al mismo
tiempo que ellos mantenían el servicio ritual con gran exactitud,
rechazaban al que se tipificaba en todo el sistema de ritos.
Pablo declaró que siendo inconverso, conoció a Cristo, no por
una relación personal, sino únicamente por el concepto que él, junta-
mente con otros, abrigaba concerniente al carácter y obra del Mesías
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que había de venir. Había rechazado a Jesús de Nazaret como impos-
tor, porque no se ajustó a ese concepto. Pero ahora sus ideas tocante
a Cristo y su misión eran mucho más espirituales y exaltadas, por-
que había experimentado la conversión. El apóstol afirmó que no
les presentaba a Cristo según la carne. Herodes vió a Cristo en los
días de su humanidad; Anás también lo vió, y asimismo Pilato y los
sacerdotes y gobernantes, y los soldados romanos. Pero ellos no le
vieron con los ojos de la fe, como al Redentor glorificado. Com-
prender a Cristo por fe y tener un conocimiento espiritual de él era
más deseable que una relación personal con él tal como apareció en
la tierra. La comunión con Cristo que Pablo gozaba ahora, era más
íntima, duradera, que un mero compañerismo terrestre y humano.
Mientras Pablo hablaba de lo que conocía y testificaba de aquello
que había visto concerniente a Jesús de Nazaret como la esperanza
de Israel, los que honradamente buscaban la verdad fueron conven-
cidos. Sobre algunas mentes, por lo menos, sus palabras hicieron
una impresión que jamás se borró. Pero otros rehusaron tercamente
aceptar el claro testimonio de las Escrituras, aun cuando les fuera
presentado por uno que tenía la iluminación especial del Espíritu
Santo. No podían refutar sus argumentos, pero rehusaron aceptar
sus conclusiones.