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Los Hechos de los Apóstoles
Muchos meses pasaron desde la llegada de Pablo a Roma hasta la
comparecencia de los judíos que vinieron de Jerusalén para acusarle.
Habían sido repetidamente estorbados en sus propósitos; y ahora
que Pablo iba a ser juzgado por el supremo tribunal del Imperio
Romano, no deseaban exponerse a otro fracaso. Lisias, Félix, Festo
y Agripa habían declarado que le juzgaban inocente. Sus enemigos
sólo podían esperar inclinar al emperador en su favor por medio
de intrigas. La demora favorecería sus propósitos, por cuanto les
proporcionaría tiempo para perfeccionar y ejecutar sus planes; y al
efecto aguardaron algún tiempo antes de presentar personalmente
sus acusaciones contra el apóstol.
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Por providencia de Dios, este aplazamiento tuvo por resultado el
adelanto del Evangelio. Mediante el favor de los encargados de la
guardia, le fué permitido a Pablo residir en una cómoda vivienda,
donde podía tratar libremente con sus amigos y también declarar dia-
riamente la verdad a cuantos acudían a oírle. Así prosiguió durante
dos años con sus labores, “predicando el reino de Dios y enseñando
lo que es del Señor Jesucristo con toda libertad, sin impedimento.”
Durante ese tiempo no se olvidó de las iglesias que había esta-
blecido en muchos países. Comprendiendo los peligros que ame-
nazaban a los convertidos a la nueva fe, el apóstol procuraba, en
tanto le era posible, atender a sus necesidades por medio de cartas
de amonestación e instrucciones prácticas. Y desde Roma envió
consagrados obreros a trabajar no sólo en aquellas iglesias, sino
también en campos que él no había visitado. Estos obreros, como
prudentes pastores, intensificaron la obra tan bien comenzada por
Pablo, quien se mantuvo informado de la situación y peligros de las
iglesias por la constante correspondencia con ellos, de suerte que
pudo ejercer prudente inspección sobre todos.
Así, aunque aparentemente ajeno a la labor activa, Pablo ejer-
ció más amplia y duradera influencia que si hubiese podido viajar
libremente de iglesia en iglesia como en años anteriores. Como
preso del Señor, era objeto del más profundo afecto de parte de sus
hermanos; y sus palabras, escritas por quien estaba en cautiverio por
la causa de Cristo, imponían mayor atención y respeto que cuando él
estaba personalmente con ellos. Hasta que Pablo les fué quitado, los
creyentes no se dieron cuenta de cuán pesadas eran las cargas que
había soportado por ellos. En otros tiempos se habían excusado en