Página 335 - Los Hechos de los Ap

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Cartas escritas desde Roma
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su Salvador. Renunciando a todo lo que pueda impedirle realizar
progresos en el camino ascendente, o quiera hacer volver los pies
de otros del camino angosto, el creyente revelará en su vida diaria
misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, tolerancia y el amor
de Cristo.
El poder de una vida más elevada, pura y noble es nuestra gran
necesidad. El mundo abarca demasiado de nuestros pensamientos, y
el reino de los cielos demasiado poco.
En sus esfuerzos por alcanzar el ideal de Dios, el cristiano no
debería desesperarse de ningún empeño. A todos es prometida la
perfección moral y espiritual por la gracia y el poder de Cristo. El
es el origen del poder, la fuente de la vida. Nos lleva a su Palabra, y
del árbol de la vida nos presenta hojas para la sanidad de las almas
enfermas de pecado. Nos guía hacia el trono de Dios, y pone en
nuestra boca una oración por la cual somos traídos en estrecha rela-
ción con él. En nuestro favor pone en operación los todopoderosos
agentes del cielo. A cada paso sentimos su poder viviente.
Dios no fija límites al avance de aquellos que desean ser “lle-
nos del conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría y espiritual
inteligencia.” Por la oración, la vigilancia y el desarrollo en el co-
nocimiento y comprensión, son “corroborados de toda fortaleza,
conforme a la potencia de su gloria.” Así son preparados para traba-
jar en favor de los demás. Es el propósito del Salvador que los seres
humanos, purificados y santificados, sean sus ayudadores. Demos
gracias por este gran privilegio a Aquel “que nos hizo aptos para
participar de la suerte de los santos en luz: que nos ha librado de la
potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo.”
La carta de Pablo a los filipenses, como la escrita a los colosenses,
fué redactada mientras estaba preso en Roma. La iglesia de Filipos
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había enviado regalos a Pablo por mano de Epafrodito, a quien el
apóstol llama “mi hermano, y colaborador y compañero de milicia,
y vuestro mensajero, y ministrador de mis necesidades.” Mientras
estaba en Roma, Epafrodito “estuvo enfermo a la muerte; mas Dios
tuvo misericordia de él—escribió Pablo,—y no solamente de él, sino
aun de mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza.” Al oír de
la enfermedad de Epafrodito, los creyentes de Filipos se llenaron de
ansiedad respecto de él, por lo que decidió volver a ellos. “Porque
tenía gran deseo de ver a todos vosotros,—escribió el apóstol,—y