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Los Hechos de los Apóstoles
la perfección. Pero depende enteramente de Dios para alcanzar el
éxito. Los esfuerzos humanos, por sí solos, son insuficientes. Sin
la ayuda del poder divino, no se conseguirá nada. Dios obra y el
hombre obra. La resistencia a la tentación debe venir del hombre,
quien debe obtener su poder de Dios. Por un lado hay sabiduría,
compasión y poder infinitos, y por el otro, debilidad, perversidad,
impotencia absoluta.
Dios desea que tengamos dominio sobre nosotros mismos, pero
no puede ayudarnos sin nuestro consentimiento y cooperación. El
Espíritu divino obra por medio de los poderes y facultades otorgados
al hombre. Por naturaleza, no estamos capacitados para armonizar
nuestros propósitos, deseos e inclinaciones con la voluntad de Dios;
pero si tenemos el deseo de que Dios cree en nosotros la voluntad,
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el Salvador lo efectuará por nosotros, “destruyendo consejos, y toda
altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo
intento a la obediencia de Cristo.”
2 Corintios 10:5
.
El que desea adquirir un carácter fuerte y armónico, el que desea
ser un cristiano equilibrado, debe dar todo y hacer todo por Cristo;
porque el Redentor no aceptará un servicio a medias. Diariamente
debe aprender el significado de la entrega propia. Debe estudiar
la Palabra de Dios, aprendiendo su significado y obedeciendo sus
preceptos. Así puede alcanzar la norma de la excelencia cristiana: día
tras día Dios trabaja con él, perfeccionando el carácter que resistirá
el tiempo de la prueba final; y día tras día el creyente está efectuando
ante hombres y ángeles un experimento sublime, el cual demuestra lo
que el Evangelio puede hacer en favor de los seres humanos caídos.
“Yo mismo no hago cuenta de haberlo ya alcanzado—escribió
Pablo,—pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda
atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al
premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús.”
Pablo hacía muchas cosas. Desde el tiempo que decidió ser fiel
a Cristo, su vida estuvo llena de un servicio incansable. De ciudad
en ciudad, de país en país, viajaba refiriendo la historia de la cruz,
ganando conversos al Evangelio y estableciendo iglesias. Por esas
iglesias sentía una constante solicitud y les escribió muchas cartas
de instrucción. A veces, trabajaba en su oficio para ganarse el pan
cotidiano. Pero en todas las absorbentes actividades de su vida,
Pablo nunca perdió de vista su gran propósito: extenderse hacia el