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Los Hechos de los Apóstoles
En respuesta a la acusación de los sacerdotes, Pedro expuso que
esta demostración era el cumplimiento directo de la profecía de Joel,
en la cual predijo que tal poder vendría sobre los hombres a fin de
capacitarlos para una obra especial. “Varones Judíos, y todos los
que habitáis en Jerusalem—dijo él,—esto os sea notorio, y oíd mis
palabras. Porque éstos no están borrachos, como vosotros pensáis,
siendo la hora tercia del día; mas esto es lo que fué dicho por el
profeta Joel: Y será en los postreros días, dice Dios, derramaré
de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas
profetizarán; y vuestros mancebos verán visiones, y vuestros viejos
soñarán sueños: y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en
aquellos días derramaré mi Espíritu, y profetizarán.”
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Con claridad y poder Pedro dió testimonio de la muerte y re-
surrección de Cristo: “Varones Israelitas, oíd estas palabras: Jesús
Nazareno, varón aprobado de Dios entre vosotros en maravillas y
prodigios y señales, que Dios hizo por él en medio de vosotros,
como también vosotros sabéis; a éste ... prendisteis y matasteis por
manos de los inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos
los dolores de la muerte, por cuanto era imposible ser detenido por
ella.”
Pedro no se refirió a las enseñanzas de Cristo para probar su
aserto, porque sabía que el prejuicio de sus oyentes era tan grande
que sus palabras a ese respecto no surtirían efecto. En lugar de ello,
les habló de David, a quien consideraban los judíos como uno de los
patriarcas de su nación. “David dice de él—declaró:—Veía al Señor
siempre delante de mí: porque está a mi diestra, no seré conmovido.
Por lo cual mi corazón se alegró, y gozóse mi lengua; y aun mi carne
descansará en esperanza; que no dejarás mi alma en el infierno, ni
darás a tu Santo que vea corrupción....
“Varones hermanos, se os puede libremente decir del patriarca
David, que murió, y fué sepultado, y su sepulcro está con nosotros
hasta el día de hoy.” “Habló de la resurrección de Cristo, que su
alma no fué dejada en el infierno, ni su carne vió corrupción. A este
Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.”
La escena está llena de interés. El pueblo acude de todas direc-
ciones para oír a los discípulos testificar de la verdad como es en
Jesús. Se agolpa, llena el templo. Los sacerdotes y gobernantes están
allí, con el obscuro ceño de la malignidad todavía en el rostro, con