Página 35 - Los Hechos de los Ap

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Pentecostés
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el corazón aún lleno de odio contra Cristo, con las manos mancha-
das por la sangre derramada cuando crucificaron al Redentor del
mundo. Ellos habían pensado encontrar a los apóstoles acobardados
de temor bajo la fuerte mano de la opresión y el asesinato, pero los
hallaron por encima de todo temor, llenos del Espíritu, proclamando
con poder la divinidad de Jesús de Nazaret. Los oyeron declarar
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con intrepidez que Aquel que había sido recientemente humillado,
escarnecido, herido por manos crueles, y crucificado, era el Príncipe
de la vida, exaltado ahora a la diestra de Dios.
Algunos de los que escuchaban a los apóstoles habían tomado
parte activa en la condenación y muerte de Cristo. Sus voces se
habían mezclado con las del populacho en demanda de su crucifixión.
Cuando Jesús y Barrabás fueron colocados delante de ellos en la
sala del juicio, y Pilato preguntó: “¿Cuál queréis que os suelte?”
ellos habían gritado: “No a éste, sino a Barrabás.”
Mateo 27:17
;
Juan 18:40
. Cuando Pilato les entregó a Cristo, diciendo: “Tomadle
vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo en él crimen;” “inocente
soy de la sangre de este justo,” ellos habían gritado: “Su sangre sea
sobre nosotros y sobre nuestros hijos.”
Juan 19:6
;
Mateo 27:24, 25
.
Ahora oían a los discípulos declarar que era el Hijo de Dios el
que había sido crucificado. Los sacerdotes y gobernantes temblaban.
La convicción y la angustia se apoderaron del pueblo. “Entonces
oído esto, fueron compungidos de corazón, y dijeron a Pedro y a los
otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” Entre los que
escucharon a los discípulos, había judíos devotos, que eran sinceros
en su creencia. El poder que acompañaba a las palabras del orador
los convenció de que Jesús era en verdad el Mesías.
“Y Pedro les dice: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros
en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis
el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para
vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor
nuestro Dios llamare.”
Pedro insistió ante el convicto pueblo en el hecho de que habían
rechazado a Cristo porque habían sido engañados por los sacerdotes
y gobernantes; y en que si continuaban dependiendo del consejo
de esos hombres y esperando que reconocieran a Cristo antes de
reconocerlo ellos mismos, jamás le aceptarían. Esos hombres pode-
rosos, aunque hacían profesión de piedad, ambicionaban las glorias
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