Página 345 - Los Hechos de los Ap

Basic HTML Version

Capítulo 48—Pablo nuevamente ante Nerón
Cuando Pablo recibió la orden de comparecer ante Nerón para la
vista de su causa, tenía ante sí la perspectiva de una muerte segura.
La grave índole del crimen que se le imputaba y la prevaleciente
animosidad contra los cristianos, dejaban pocas esperanzas de éxito.
Entre los griegos y los romanos existía la costumbre de permitir
a un acusado el privilegio de emplear un abogado para defender
su causa ante los tribunales. Por la fuerza de los argumentos, por
una elocuencia apasionada, o por ruegos, súplicas y lágrimas, tal
abogado a menudo obtenía una decisión en favor del prisionero, o
si no conseguía eso, lograba mitigar la severidad de la sentencia.
Pero cuando Pablo compareció ante Nerón, nadie se aventuró a
actuar como su consejero o abogado; no había amigo a mano para
conservar un informe de las acusaciones que trajeron contra él, o los
argumentos que presentó en su propia defensa. Entre los cristianos
en Roma nadie se adelantó para apoyarle en esa hora de prueba.
El único informe seguro de esa ocasión nos es dado por Pablo
mismo en su segunda carta a Timoteo. “En mi primera defensa—
escribió,—ninguno me ayudó, antes me desampararon todos: no les
sea imputado. Mas el Señor me ayudó, y me esforzó para que por
mí fuese cumplida la predicación, y todos los Gentiles oyesen; y fuí
librado de la boca del león.”
2 Timoteo 4:16, 17
.
¡Pablo ante Nerón! ¡Qué notable contraste! El arrogante monar-
ca, ante el cual el hombre de Dios debía responder por su fe, había
alcanzado el apogeo del poder, la autoridad y la riqueza terrenales,
como también la más baja profundidad del crimen y la iniquidad.
[393]
En poder y grandeza no tenía rival. No se podía discutir su autoridad
ni resistir su voluntad. Reyes depusieron sus coronas a sus pies.
Poderosos ejércitos marchaban a su mandato y las insignias de sus
armadas garantizaban sus victorias. Su estatua se levantaba en las
salas de justicia, y los decretos de los senadores como las decisio-
nes de los jueces eran solamente el eco de su voluntad. Millones
se inclinaban en obediencia a sus mandatos. El nombre de Nerón
341