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Los Hechos de los Apóstoles
cota debe ser la justicia. El escudo de la fe debe estar en nuestra
mano, el yelmo de la salvación sobre nuestra frente; y con la espada
del Espíritu, que es la Palabra de Dios, hemos de abrirnos camino a
través de las obstrucciones y enredos del pecado.
Pablo sabía que a la iglesia le esperaba un tiempo de grande
peligro. Sabía que debía hacerse un fiel y fervoroso trabajo por
aquellos a quienes se les había encargado el cuidado de las iglesias;
y por eso le escribió a Timoteo: “Requiero yo pues delante de Dios,
y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y los muertos en
su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes
a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda
paciencia y doctrina.”
Esta amonestación solemne a uno que era tan celoso y fiel como
Timoteo, constituye un poderoso testimonio de la importancia y
responsabilidad de la obra del ministerio evangélico. Llamándolo
ante el tribunal de Dios, Pablo le ordena predicar la Palabra, y no los
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dichos y costumbres de los hombres; de estar listo para testificar por
Dios en cualquier oportunidad que se le presente, delante de grandes
congregaciones o círculos privados, por el camino o en los hogares,
a amigos como a enemigos, en seguridad o expuesto a durezas y
peligros, oprobios y pérdidas.
Temiendo que la moderación de Timoteo y su disposición con-
descendiente pudiesen llevarle a rehuir una parte principal de su
trabajo, le exhortó a ser fiel en reprobar el pecado, y hasta en re-
prender con severidad a los que eran culpables de graves males.
No obstante debía hacerlo “con toda paciencia y doctrina.” Debía
revelar la paciencia y amor de Cristo, explicando y reforzando sus
reprensiones con las verdades de la Palabra.
Odiar y reprender el pecado y al mismo tiempo mostrar miseri-
cordia y ternura por el pecador, es tarea difícil. Cuanto más fervoroso
sea nuestro esfuerzo para obtener santidad de vida y corazón, tanto
más perspicaz será nuestra percepción del pecado y más decidida
nuestra desaprobación por cualquier desviación de lo recto. Debe-
mos cuidarnos contra una severidad excesiva hacia los que obran
mal, pero igualmente de no perder de vista la excesiva gravedad del
pecado. Hay necesidad de mirar al pecador con paciencia y amor
cristianos; pero existe también el peligro de mostrar una tolerancia