Página 353 - Los Hechos de los Ap

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La última carta de Pablo
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tan grande por su error que le haga considerarse inmerecedor de la
reprensión, y rechazarla como innecesaria e injusta.
A veces los ministros del Evangelio causan mucho daño al permi-
tir que su indulgencia para con los que yerran degenere en tolerancia
de pecados y hasta en su participación. De ese modo son llevados a
mitigar y excusar lo que Dios condena; y después de algún tiempo,
llegan a estar tan cegados que elogian a los mismos que Dios les
ordenó reprender. El que embotó sus percepciones espirituales por
una tolerancia pecaminosa hacia aquellos a quienes Dios condena,
no tardará en cometer un pecado mayor por su severidad y dureza
para con aquellos a quienes Dios aprueba.
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Mediante el orgullo de la sabiduría humana, el desprecio hacia
la influencia del Espíritu Santo y la aversión a las verdades de la
Palabra de Dios, muchos que profesan ser cristianos, y que se sienten
competentes para enseñar a otros, serán inducidos a abandonar los
requerimientos de Dios. Pablo declaró a Timoteo: “Porque vendrá
tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes, teniendo comezón
de oír, se amontonarán maestros conforme a sus concupiscencias, y
apartarán la verdad del oído, y se volverán a las fábulas.”
El apóstol no se refiere aquí a la oposición de los abiertamente
irreligiosos, sino a los profesos cristianos que han hecho de sus
tendencias su guía y que así han sido esclavizados por el yo. Los tales
están deseosos de oír solamente las doctrinas que no reprenden sus
pecados o condenan su placentero curso de acción. Se ofenden por
las sencillas palabras de los fieles siervos de Cristo, y escogen a los
maestros que los alaban y lisonjean. Y entre los profesos ministros
de Cristo están los que predican las opiniones de los hombres, en
vez de la Palabra de Dios. Infieles a su cometido, desvían a los que
buscan en ellos la dirección espiritual.
En los preceptos de su santa ley, Dios ha dado una perfecta
norma de vida; y ha declarado que hasta el fin del tiempo esa ley,
sin sufrir cambio en una sola jota o tilde, mantendrá sus demandas
sobre los seres humanos. Cristo vino para magnificar la ley y hacerla
honorable. Mostró que está basada sobre el anchuroso fundamento
del amor a Dios y a los hombres, y que la obediencia a sus preceptos
comprende todos los deberes del hombre. En su propia vida, Cristo
dió un ejemplo de obediencia a la ley de Dios. En el sermón del