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Los Hechos de los Apóstoles
monte mostró cómo sus requerimientos se extienden más allá de sus
acciones externas y abarca los pensamientos e intentos del corazón.
La ley, obedecida, guía a los hombres a renunciar “a la impiedad
y a los deseos mundanos” y a vivir “en este siglo templada, y justa, y
píamente.”
Tito 2:12
. Pero el enemigo de toda justicia ha cautivado
al mundo y ha arrastrado a la humanidad a desobedecerla. Como Pa-
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blo lo anticipó, multitudes han abandonado las claras y penetrantes
verdades de la Palabra de Dios, y se han elegido maestros que les
presentan las fábulas que ellos desean. Entre nuestros ministros y
creyentes hay muchos que están hollando bajo sus pies los manda-
mientos de Dios. Así es insultado el Creador del mundo, y Satanás
se ríe triunfalmente al ver el éxito que obtienen sus estratagemas.
Con el desprecio creciente hacia la ley de Dios, existe una marca-
da aversión a la religión, un aumento de orgullo, amor a los placeres,
desobediencia a los padres e indulgencia propia; y dondequiera se
preguntan ansiosamente los pensadores: ¿Qué puede hacerse para
corregir esos males alarmantes? La respuesta la hallamos en la ex-
hortación de Pablo a Timoteo: “Predica la Palabra.” En la Biblia
encontramos los únicos principios seguros de acción. Es la trans-
cripción de la voluntad de Dios, la expresión de la sabiduría divina.
Abre a la comprensión de los hombres los grandes problemas de la
vida; y para todo el que tiene en cuenta sus preceptos, resultará un
guía infalible que le guardará de consumir su vida en esfuerzos mal
dirigidos. Dios ha hecho conocer su voluntad, y es insensato para
el hombre poner en tela de juicio lo que han proferido sus labios.
Después que la Infinita Sabiduría habló, no puede existir una sola
cuestión en duda que el hombre haya de aclarar, ninguna posibilidad
de vacilar que corregir. Todo lo que el Señor requiere de él es un sin-
cero y fervoroso acatamiento de su expresa voluntad. La obediencia
es el mayor dictado de la razón, tanto como de la conciencia.
Pablo continúa sus instrucciones: “Pero tú vela en todo, soporta
las aflicciones, haz la obra de evangelista, cumple tu ministerio.” El
apóstol estaba cerca del fin de su carrera y deseaba que Timoteo
ocupara su lugar, guardando a la iglesia de fábulas y herejías por
medio de las cuales el enemigo, de varias maneras, se esforzaría por
seducirlos y apartarlos de la sencillez del Evangelio. Le amonestó
que evitara toda ocupación y complicación temporal que le podría
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impedir una entrega completa a la obra de Dios, que soportara con