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Los Hechos de los Apóstoles
21:15-17
), repetida tres veces, fué restituído a su lugar entre los
doce. Le fué señalada su obra: debía apacentar las ovejas del Señor.
Ahora, convertido y aceptado, no solamente debía tratar de salvar a
los que estaban fuera del redil, sino ser pastor de las ovejas.
Cristo mencionó a Pedro solamente una condición de servicio:
“¿Me amas?” Esa es la calificación indispensable. Aunque Pedro
poseyera todas las otras, sin el amor de Cristo no podía ser un fiel
pastor del rebaño de Dios. El conocimiento, la benevolencia, la
elocuencia, el fervor, son esenciales en la buena obra; pero sin el
amor de Cristo en el corazón, la obra del ministro cristiano es un
fracaso.
El amor de Cristo no es una emoción intermitente, sino un prin-
cipio viviente, el cual se manifestará como poder permanente en
el corazón. Si el carácter y el comportamiento del pastor es una
ejemplificación de la verdad que defiende, el Señor pondrá el sello
de su aprobación sobre su obra. El pastor y las ovejas llegarán a ser
uno, unidos por su común esperanza en Cristo.
La manera en que el Salvador trató con Pedro tenía una lección
para él y sus hermanos. Aunque Pedro había negado a su Señor, el
amor que Jesús tenía hacia él nunca vaciló. Y al aceptar el apóstol la
responsabilidad de ministrar la palabra a otros, debía reprender al
transgresor con paciencia, simpatía y amor perdonador. Recordando
su propia debilidad y fracaso, debía tratar a las ovejas y corderos
encomendados a su cuidado con tanta ternura como Cristo le había
tratado a él.
Los seres humanos, ellos mismos entregados al mal, tienden a
tratar duramente a los tentados y a los que yerran. No pueden leer el
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corazón; no conocen sus conflictos y sus penas. Tienen necesidad de
aprender a dar la reprensión que encierra amor, el golpe que hiere
para curar y la amonestación que comunica esperanza.
Durante su ministerio, Pedro veló fielmente sobre el rebaño en-
comendado a su cuidado, y así demostró que era digno de la carga y
responsabilidad que el Salvador había puesto sobre él. Siempre exal-
taba a Jesús de Nazaret como la esperanza de Israel, y el Salvador
de la humanidad. Imponía a su propia vida la disciplina del Obrero
maestro. Por todos los medios a su alcance procuraba educar a los
creyentes para el servicio activo. Su piadoso ejemplo y su incansa-
ble actividad inspiraban a muchos jóvenes promisorios a entregarse