Página 38 - Los Hechos de los Ap

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Capítulo 5—El don del espíritu
Cuando Cristo dió a sus discípulos la promesa del Espíritu, se
estaba acercando al fin de su ministerio terrenal. Estaba a la sombra
de la cruz, con una comprensión plena de la carga de culpa que
estaba por descansar sobre él como portador del pecado. Antes de
ofrecerse a sí mismo como víctima destinada al sacrificio, instruyó
a sus discípulos en cuanto a la dádiva más esencial y completa que
iba a conceder a sus seguidores: el don que iba a poner al alcance de
ellos los recursos inagotables de su gracia. “Y yo rogaré al Padre—
dijo él,—y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para
siempre: al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir,
porque no le ve, ni le conoce: mas vosotros le conocéis; porque está
con vosotros, y será en vosotros.”
Juan 14:16, 17
. El Salvador estaba
señalando adelante al tiempo cuando el Espíritu Santo vendría para
realizar una obra poderosa como su representante. El mal que se
había estado acumulando durante siglos, habría de ser resistido por
el divino poder del Espíritu Santo.
¿Cuál fué el resultado del derramamiento del Espíritu en el día
de Pentecostés? Las alegres nuevas de un Salvador resucitado fueron
llevadas a las más alejadas partes del mundo habitado. Mientras
los discípulos proclamaban el mensaje de la gracia redentora, los
corazones se entregaban al poder de su mensaje. La iglesia veía afluir
a ella conversos de todas direcciones. Los apóstatas se reconvertían.
Los pecadores se unían con los creyentes en busca de la perla de gran
precio. Algunos de los que habían sido los más enconados oponentes
del Evangelio, llegaron a ser sus campeones. Se cumplió la profecía:
“El que entre ellos fuere flaco,... será como David: y la casa de David
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... como el ángel de Jehová.”
Zacarías 12:8
. Cada cristiano veía en su
hermano una revelación del amor y la benevolencia divinos. Un solo
interés prevalecía, un solo objeto de emulación hacía olvidar todos
los demás. La ambición de los creyentes era revelar la semejanza del
carácter de Cristo, y trabajar para el engrandecimiento de su reino.
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