Página 39 - Los Hechos de los Ap

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El don del espíritu
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“Y los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor
Jesús con gran esfuerzo; y gran gracia era en todos ellos.”
Hechos
4:33
. Gracias a estas labores fueron añadidos a la iglesia hombres
escogidos que, al recibir la palabra de verdad, consagraron sus vidas
al trabajo de dar a otros la esperanza que llenaba sus corazones de
paz y gozo. No podían ser refrenados ni intimidados por amenazas.
El Señor hablaba por su medio, y mientras iban de un lugar a otro,
predicaban el Evangelio a los pobres, y se efectuaban milagros de la
gracia divina.
Tal es el poder con que Dios puede obrar cuando los hombres se
entregan al dominio de su Espíritu.
La promesa del Espíritu Santo no se limita a ninguna edad ni
raza. Cristo declaró que la influencia divina de su Espíritu estaría con
sus seguidores hasta el fin. Desde el día de Pentecostés hasta ahora,
el Consolador ha sido enviado a todos los que se han entregado
plenamente al Señor y a su servicio. A todo el que ha aceptado a
Cristo como Salvador personal, el Espíritu Santo ha venido como
consejero, santificador, guía y testigo. Cuanto más cerca de Dios
han andado los creyentes, más clara y poderosamente han testificado
del amor de su Redentor y de su gracia salvadora. Los hombres
y mujeres que a través de largos siglos de persecución y prueba
gozaron de una gran medida de la presencia del Espíritu en sus vidas,
se destacaron como señales y prodigios en el mundo. Revelaron ante
los ángeles y los hombres el poder transformador del amor redentor.
Aquellos que en Pentecostés fueron dotados con el poder de
lo alto, no quedaron desde entonces libres de tentación y prueba.
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Como testigos de la verdad y la justicia, eran repetidas veces asal-
tados por el enemigo de toda verdad, que trataba de despojarlos de
su experiencia cristiana. Estaban obligados a luchar con todas las
facultades dadas por Dios para alcanzar la medida de la estatura de
hombres y mujeres en Cristo Jesús. Oraban diariamente en procura
de nuevas provisiones de gracia para poder elevarse más y más hacia
la perfección. Bajo la obra del Espíritu Santo, aun los más débiles,
ejerciendo fe en Dios, aprendían a desarrollar las facultades que
les habían sido confiadas y llegaron a ser santificados, refinados y
ennoblecidos. Mientras se sometían con humildad a la influencia
modeladora del Espíritu Santo, recibían de la plenitud de la Deidad
y eran amoldados a la semejanza divina.