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Los Hechos de los Apóstoles
El transcurso del tiempo no ha cambiado en nada la promesa de
despedida de Cristo de enviar el Espíritu Santo como su represen-
tante. No es por causa de alguna restricción de parte de Dios por
lo que las riquezas de su gracia no fluyen a los hombres sobre la
tierra. Si la promesa no se cumple como debiera, se debe a que no es
apreciada debidamente. Si todos lo quisieran, todos serían llenados
del Espíritu. Dondequiera la necesidad del Espíritu Santo sea un
asunto en el cual se piense poco, se ve sequía espiritual, obscuridad
espiritual, decadencia y muerte espirituales. Cuandoquiera los asun-
tos menores ocupen la atención, el poder divino que se necesita para
el crecimiento y la prosperidad de la iglesia, y que traería todas las
demás bendiciones en su estela, falta, aunque se ofrece en infinita
plenitud.
Puesto que éste es el medio por el cual hemos de recibir poder,
¿por qué no tener más hambre y sed del don del Espíritu? ¿Por qué no
hablamos de él, oramos por él y predicamos respecto a él? El Señor
está más dispuesto a dar el Espíritu Santo a los que le sirven, que los
padres a dar buenas dádivas a sus hijos. Cada obrero debiera elevar
su petición a Dios por el bautismo diario del Espíritu. Debieran
reunirse grupos de obreros cristianos para solicitar ayuda especial
y sabiduría celestial para hacer planes y ejecutarlos sabiamente.
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Debieran orar especialmente porque Dios bautice a sus embajadores
escogidos en los campos misioneros con una rica medida de su
Espíritu. La presencia del Espíritu en los obreros de Dios dará a la
proclamación de la verdad un poder que todo el honor y la gloria del
mundo no podrían conferirle.
El Espíritu Santo mora con el obrero consagrado de Dios donde-
quiera que esté. Las palabras habladas a los discípulos son también
para nosotros. El Consolador es tanto nuestro como de ellos. El Espí-
ritu provee la fuerza que sostiene en toda emergencia a las almas que
luchan y batallan en medio del odio del mundo y de la comprensión
de sus propios fracasos y errores. En la tristeza y la aflicción, cuando
la perspectiva parece obscura y el futuro perturbador, y nos sentimos
desamparados y solos: éstas son las veces cuando, en respuesta a la
oración de fe, el Espíritu Santo proporciona consuelo al corazón.
No es una evidencia concluyente de que un hombre sea cristiano
el que manifieste éxtasis espiritual en circunstancias extraordinarias.
La santidad no es arrobamiento: es una entrega completa de la