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Los Hechos de los Apóstoles
Salvador se acercó a la aldea, pareció tener deseos de seguir hacia
Jerusalén. Esto despertó la envidia de los samaritanos, y en lugar de
invitarle a quedarse con ellos, le negaron la cortesía que hubiesen
manifestado hacia un caminante común. Jesús nunca impone a nadie
su presencia, y los samaritanos perdieron las bendiciones que les
podía haber conferido si le hubieran solicitado que fuera su huésped.
Los discípulos sabían que era el propósito de Cristo beneficiar
a los samaritanos con su presencia; y la frialdad, los celos y la
falta de respeto mostrados a su Maestro los llenaron de sorpresa
e indignación. Santiago y Juan especialmente se disgustaron. Que
aquel a quien ellos reverenciaban tan altamente recibiese semejante
trato, les parecía una falta demasiado grande para ser dejada sin
un castigo inmediato. En su fervor dijeron: “Señor, ¿quieres que
mandemos que descienda fuego del cielo, y los consuma, como
hizo Elías?” refiriéndose a la destrucción del capitán y su compañía
de samaritanos que fueron enviados para prender al profeta Elías.
Se sorprendieron al ver que Jesús quedó apenado por sus palabras,
y todavía más sorprendidos, cuando esta reprensión llegó a sus
oídos: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del
hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino
para salvarlas.”
Lucas 9:54-56
.
No cabe en la misión de Cristo obligar a los hombres a que le
reciban. Satanás y los hombres que actúan bajo su espíritu son los
que procuran obligar a las conciencias. Pretendiendo manifestar
celo por la justicia, los hombres que están confederados con los
ángeles caídos infligen a veces sufrimiento a sus semejantes a fin de
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convertirlos a sus ideas religiosas. Pero Cristo manifiesta siempre
misericordia, procura en todo momento ganar por medio de la reve-
lación de su amor. No puede admitir un rival en el alma ni aceptar
un servicio parcial; pero desea tan sólo un servicio voluntario, la
entrega gozosa del corazón por la compulsión del amor.
En otra ocasión Santiago y Juan presentaron, por medio de su
madre, una petición a Cristo para solicitar que les fuera permitido
ocupar los más altos puestos de honor en el reino. A pesar de las
repetidas instrucciones de Cristo concernientes a la naturaleza de
su reino, estos jóvenes discípulos aún abrigaban la esperanza de un
Mesías que ascendería a su trono con majestuoso poder, de acuerdo
a los deseos de los hombres. La madre, codiciando con sus hijos el