Página 385 - Los Hechos de los Ap

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Un testigo fiel
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“En esto hemos conocido el amor, porque él puso su vida por
nosotros: también nosotros debemos poner nuestras vidas por los
hermanos.”
Después que descendió el Espíritu Santo, cuando los discípulos
salieron a proclamar al Salvador viviente, su único deseo era la sal-
vación de las almas. Se regocijaban en la dulzura de la comunión con
los santos. Eran compasivos, considerados, abnegados, dispuestos a
hacer cualquier sacrificio por la causa de la verdad. En su asociación
diaria, revelaban el amor que Cristo les había enseñado. Por medio
de palabras y hechos desinteresados, se esforzaban por despertar ese
sentimiento en otros corazones.
Los creyentes habían de cultivar siempre un amor tal. Tenían
que ir adelante en voluntaria obediencia al nuevo mandamiento.
Tan estrechamente debían estar unidos con Cristo que pudieran
sentirse capacitados para cumplir todos sus requerimientos. Sus
vidas magnificarían el poder del Salvador, quien podía justificarlos
por su justicia.
Pero gradualmente sobrevino un cambio. Los creyentes comen-
zaron a buscar defectos en los demás. Espaciándose en las equi-
vocaciones, y dando lugar a una crítica dura, perdieron de vista al
Salvador y su amor. Llegaron a ser más estrictos en relación con las
ceremonias exteriores, más exactos en la teoría que en la práctica de
la fe. En su celo por condenar a otros, pasaban por alto sus propios
errores. Perdieron el amor fraternal que Cristo les había encomenda-
do, y lo más triste de todo, era que no se daban cuenta de su pérdida.
No comprendían que la alegría y el regocijo se retiraban de sus vidas,
y que, habiendo excluído el amor de Dios de sus corazones, pronto
caminarían en tinieblas.
Comprendiendo Juan que el amor fraternal iba mermando en la
iglesia, se esforzaba por convencer a los creyentes de la necesidad
constante de ese amor. Sus cartas a las iglesias están llenas de
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este pensamiento. “Carísimos, aménonos unos a otros—escribe;—
porque el amor es de Dios. Cualquiera que ama, es nacido de Dios,
y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios; porque Dios es
amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que
Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En
esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino
que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación