Página 387 - Los Hechos de los Ap

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Un testigo fiel
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que se hallan bajo la bandera de Cristo, se odian unas a otras. Todos
los cristianos son miembros de una familia, hijos del mismo Padre
celestial, con la misma esperanza bienaventurada de la inmortalidad.
Muy estrecho y tierno debe ser el vínculo que los une.
El amor divino dirige sus más conmovedores llamamientos al
corazón cuando nos pide que manifestemos la misma tierna com-
pasión que Cristo mostró. Solamente el hombre que tiene un amor
desinteresado por su hermano, ama verdaderamente a Dios. El verda-
dero cristiano no permitirá voluntariamente que un alma en peligro
y necesidad camine desprevenida y desamparada. No podrá mante-
nerse apartado del que yerra, dejando que se hunda en la tristeza y
desánimo, o que caiga en el campo de batalla de Satanás.
Los que nunca experimentaron el tierno y persuasivo amor de
Cristo, no pueden guiar a otros a la fuente de la vida. Su amor en
el corazón es un poder compelente, que induce a los hombres a
revelarlo en su conversación, por un espíritu tierno y compasivo, y
en la elevación de las vidas de aquellos con quienes se asocian. Los
obreros cristianos que tienen éxito en sus esfuerzos deben conocer a
Cristo, y a fin de conocerle, deben conocer su amor. En el cielo se
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mide su idoneidad como obreros por su capacidad de amar como
Cristo amó y trabajar como él trabajó.
“No amemos de palabra,” escribe el apóstol, “sino de obra y
en verdad.” La perfección del carácter cristiano se obtiene cuando
el impulso de ayudar y beneficiar a otros brota constantemente de
su interior. Cuando una atmósfera de tal amor rodea el alma del
creyente, produce un sabor de vida para vida, y permite que Dios
bendiga su trabajo.
Un amor supremo hacia Dios y un amor abnegado hacia nues-
tros semejantes, es el mejor don que nuestro Padre celestial puede
conferirnos. Tal amor no es un impulso, sino un principio divino, un
poder permanente. El corazón que no ha sido santificado no puede
originarlo ni producirlo. Únicamente se encuentra en el corazón
en el cual reina Cristo. “Nosotros le amamos a él, porque él nos
amó primero.” En el corazón que ha sido renovado por la gracia
divina, el amor es el principio dominante de acción. Modifica el
carácter, gobierna los impulsos, controla las pasiones, y ennoblece
los afectos. Ese amor, cuando uno lo alberga en el alma, endulza la
vida, y esparce una influencia ennoblecedora en su derredor.