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Los Hechos de los Apóstoles
Dios, y Dios en él.”
1 Juan 4:16
. La vida de aquel en cuyo corazón
habita Cristo revelará una piedad práctica. El carácter será purificado,
elevado, ennoblecido y glorificado. Una doctrina pura acompañará
a las obras de justicia; y los preceptos celestiales a las costumbres
santas.
Los que quieren alcanzar la bendición de la santidad deben
aprender primero el significado de la abnegación. La cruz de Cristo
es la columna central sobre la cual descansa el “sobremanera alto
y eterno peso de gloria.” “Si alguno quiere venir en pos de mí—
dijo Cristo,—niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.”
2
Corintios 4:17
;
Mateo 16:24
. Es la fragancia del amor para con
nuestros semejantes lo que revela nuestro amor para con Dios. Es la
paciencia en el servicio lo que otorga descanso al alma. Es mediante
el trabajo humilde, diligente y fiel cómo se promueve el bienestar de
Israel. Dios sostiene y fortalece al que desea seguir en la senda de
Cristo.
La santificación no es obra de un momento, una hora, o un día,
sino de toda la vida. No se la consigue por medio de un feliz arranque
de los sentimientos, sino que es el resultado de morir constantemen-
te al pecado y vivir cada día para Cristo. No pueden corregirse los
males ni producirse reformas en el carácter por medio de esfuerzos
débiles e intermitentes. Solamente venceremos mediante un pro-
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longado y perseverante trabajo, penosa disciplina y duro conflicto.
No sabemos en el día actual cuán intenso será nuestro conflicto en
el siguiente. Mientras reine Satanás, tendremos que dominarnos a
nosotros mismos y vencer los pecados que nos rodean; mientras dure
la vida, no habrá un momento de descanso, un lugar al cual podamos
llegar y decir: Alcancé plenamente el blanco. La santificación es el
resultado de la obediencia prestada durante toda la vida.
Ningún apóstol o profeta pretendió haber vivido sin pecado.
Hombres que han vivido lo más cerca de Dios, hombres que sacrifi-
caron sus vidas antes de cometer a sabiendas un acto pecaminoso,
hombres a quienes Dios honró con luz divina y poder, confesaron
su naturaleza pecaminosa. No pusieron su confianza en la carne, no
pretendieron poseer una justicia propia, sino que confiaron comple-
tamente en la justicia de Cristo.
Así debe ser con todos los que contemplan a Jesús. Cuanto más
nos acerquemos a él y cuanto más claramente discernamos la pureza