Página 395 - Los Hechos de los Ap

Basic HTML Version

Transformado por gracia
391
de su carácter, tanto más claramente veremos la extraordinaria grave-
dad del pecado y tanto menos nos sentiremos tentados a exaltarnos a
nosotros mismos. Habrá un continuo esfuerzo del alma para acercar-
se a Dios; una constante, ferviente y dolorosa confesión del pecado
y una humillación del corazón ante él. En cada paso de avance que
demos en la experiencia cristiana, nuestro arrepentimiento será más
profundo. Conoceremos que la suficiencia solamente se encuentra
en Cristo, y haremos la confesión del apóstol: “Y yo sé que en mí
(es a saber, en mi carne) no mora el bien.” “Mas lejos esté de mí
gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual
el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.”
Romanos 7:18
;
Gálatas 6:14
.
Escriban los ángeles la historia de las santas contiendas y con-
flictos del pueblo de Dios y registren sus oraciones y lágrimas; pero
no sea Dios deshonrado por la declaración hecha por labios huma-
[449]
nos: No tengo pecado; soy santo. Nunca pronunciarán los labios
santificados tan presuntuosas palabras.
El apóstol Pablo fué arrebatado al tercer cielo, y vió y oyó cosas
que no podían referirse, y aun así su modesta declaración es: “No
que ya haya alcanzado, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo.”
Filipenses 3:12
. Podían ángeles del cielo registrar las victorias de
Pablo mientras proseguía la buena carrera de la fe. Podía el cielo
regocijarse en su resuelto andar ascendente, mientras él, teniendo el
galardón a la vista, consideraba todas las otras cosas como basura.
Los ángeles se regocijaban al contar sus triunfos, pero Pablo no se
jactaba de sus victorias. La actitud de ese apóstol es la que debe
asumir cada discípulo de Cristo que anhele progresar en la lucha por
la corona inmortal.
Miren en el espejo de la ley de Dios los que se sienten inclinados
a hacer una elevada profesión de santidad. Cuando vean la amplitud
de sus exigencias y comprendan cómo ella discierne los pensamien-
tos e intentos del corazón, no se jactarán de su impecabilidad. “Si
dijéremos—dice Juan, sin separarse de sus hermanos—que no te-
nemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad
en nosotros.” “Si dijéremos que no hemos pecado, lo hacemos a
él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” “Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros
pecados, y nos limpie de toda maldad.”
1 Juan 1:8, 10, 9
.