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Los Hechos de los Apóstoles
Con este fin, Juan fué llamado a Roma para ser juzgado por su
fe. Allí, delante de las autoridades, las doctrinas del apóstol fueron
expuestas erróneamente. Testigos falsos le acusaron de enseñar
herejías sediciosas, con la esperanza de conseguir la muerte del
discípulo.
Juan se defendió de una manera clara y convincente, y con tal
sencillez y candor que sus palabras tuvieron un efecto poderoso.
Sus oyentes quedaron atónitos ante su sabiduría y elocuencia. Pero
cuanto más convincente era su testimonio, tanto mayor era el odio
de sus opositores. El emperador Domiciano estaba lleno de ira.
No podía refutar los razonamientos del fiel abogado de Cristo, ni
competir con el poder que acompañaba su exposición de la verdad;
pero se propuso hacer callar su voz.
Juan fué echado en una caldera de aceite hirviente; pero el Señor
preservó la vida de su fiel siervo, así como protegió a los tres hebreos
en el horno de fuego. Mientras se pronunciaban las palabras: Así
perezcan todos los que creen en ese engañador, Jesucristo de Nazaret,
Juan declaró: Mi Maestro se sometió pacientemente a todo lo que
hicieron Satanás y sus ángeles para humillarlo y torturarlo. Dió su
vida para salvar al mundo. Me siento honrado de que se me permita
sufrir por su causa. Soy un hombre débil y pecador. Solamente Cristo
fué santo, inocente e inmaculado. No cometió pecado, ni fué hallado
engaño en su boca.
Estas palabras tuvieron su influencia, y Juan fué retirado de la
caldera por los mismos hombres que lo habían echado en ella.
Nuevamente la mano de la persecución cayó pesadamente so-
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bre el apóstol. Por decreto del emperador, fué desterrado a la isla
de Patmos, condenado “por la palabra de Dios y el testimonio de
Jesucristo.”
Apocalipsis 1:9
. Sus enemigos pensaron que allí no se
haría sentir más su influencia, y que finalmente moriría de penurias
y angustia.
Patmos, una isla árida y rocosa del mar Egeo, había sido escogida
por las autoridades romanas para desterrar allí a los criminales; pero
para el siervo de Dios esa lóbrega residencia llegó a ser la puerta del
cielo. Allí, alejado de las bulliciosas actividades de la vida, y de sus
intensas labores de años anteriores, disfrutó de la compañía de Dios,
de Cristo y de los ángeles del cielo, y de ellos recibió instrucciones
para guiar a la iglesia de todo tiempo futuro. Le fueron bosquejados