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Los Hechos de los Apóstoles
Pablo amonestó a los creyentes, muchos fueron engañados por falsas
doctrinas. Algunos vacilaron bajo las pruebas, y fueron tentados a
abandonar la fe. En el tiempo cuando Juan recibía esta revelación,
muchos habían perdido su primer amor a la verdad del Evangelio.
Pero en su misericordia Dios no dejó que su iglesia permaneciese en
la apostasía. En un mensaje de infinita ternura reveló su amor hacia
ella, y su deseo de que hiciera una obra segura para la eternidad.
“Recuerda—rogó—de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las
primeras obras.”
Apocalipsis 2:5
.
La iglesia tenía defectos, y necesitaba severa reprensión y co-
rrección; y Juan fué inspirado a escribir mensajes de amonestación,
reprensión y ruego a los que, habiendo perdido de vista los princi-
pios fundamentales del Evangelio, ponían en peligro la esperanza de
su salvación. Pero las palabras de reproche que Dios halla necesario
enviar se pronuncian siempre con tierno amor, y con la promesa de
paz a cada creyente arrepentido. “He aquí, yo estoy a la puerta y
llamo—dice el Señor;—si alguno oyere mi voz y abriere la puerta,
entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”
Apocalipsis 3:20
.
Y para los que en medio del conflicto mantuviesen su fe en Dios,
le fueron confiadas al profeta estas palabras de encomio y promesa:
“Yo conozco tus obras: he aquí, he dado una puerta abierta delante de
ti, la cual ninguno puede cerrar; porque tienes un poco de potencia,
y has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.... Porque
has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré
de la hora de la tentación que ha de venir en todo el mundo, para
probar a los que moran en la tierra.” Se amonestó al creyente: “Sé
vigilante y confirma las otras cosas que están para morir.” “He aquí,
yo vengo presto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu
corona.”
Apocalipsis 3:8, 10, 2, 11
.
Por medio de uno que declaró ser “hermano, y participante en la
tribulación” (
Apocalipsis 1:9
), Cristo reveló a su iglesia las cosas
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que ella debía sufrir por su causa. Al penetrar con su vista a través
de largos siglos de tinieblas y superstición, el anciano desterrado vió
a multitudes sufrir el martirio por causa de su amor hacia la verdad.
Pero también vió que Aquel que sostuvo a sus primeros testigos, no
olvidaría a sus fieles seguidores durante los siglos de persecución
que debían venir antes del fin del tiempo. “No tengas ningún temor
de las cosas que has de padecer—declara el Señor.—He aquí, el