Página 419 - Los Hechos de los Ap

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La iglesia triunfante
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ello la iglesia crecía. Nuevos obreros tomaban el lugar de los que
caían, y piedra tras piedra se colocaba en el edificio. Así, lentamente
se levantaba el templo de la iglesia de Dios.
Siglos de fiera persecución siguieron al establecimiento de la
iglesia cristiana, pero nunca faltaron hombres que consideraban la
edificación del templo más preciosa que su propia vida. De los tales
se escribió: “Otros experimentaron vituperios y azotes; y a más de
esto prisiones y cárceles; fueron apedreados, aserrados, tentados,
muertos a cuchillo, anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles
de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales
el mundo no era digno; perdidos por los desiertos, por los montes,
por las cuevas y por las cavernas de la tierra.”
Hebreos 11:36-38
.
El enemigo de la justicia no escatimaba ningún esfuerzo para
detener la obra encomendada a los edificadores del Señor. Pero Dios
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“no se dejó a sí mismo sin testimonio.”
Hechos 14:17
. Se levan-
taron obreros capaces de defender la fe dada una vez a los santos.
La historia registra la fortaleza y heroísmo de esos hombres. A la
semejanza de los apóstoles, muchos de ellos cayeron en sus puestos,
pero la construcción del templo siguió avanzando constantemente.
Los obreros fueron muertos, pero la obra prosiguió. Los valdenses,
Juan Wiclef, Huss y Jerónimo, Martín Lutero y Zwinglio, Cranmer,
Latimer y Knox, los hugonotes, Juan y Carlos Wesley, y una hueste
de otros, colocaron sobre el fundamento materiales que durarán por
toda la eternidad. Y en los últimos años, los que se esforzaron tan
noblemente por promover la circulación de la Palabra de Dios, y los
que por su servicio en países paganos prepararon el camino para la
proclamación del último gran mensaje, ellos también ayudaron a
levantar la estructura.
Durante los años transcurridos desde los días de los apóstoles,
la edificación del templo de Dios nunca cesó. Podemos mirar hacia
atrás a través de los siglos, y ver las piedras vivas de las cuales
está compuesto, fulgurando como luces en medio de las tinieblas
del error y la superstición. Durante toda la eternidad esas preciosas
joyas brillarán con creciente resplandor, testificando del poder de la
verdad de Dios. La centelleante luz de esas piedras pulidas revela el
fuerte contraste entre la luz y las tinieblas, entre el oro de la verdad
y la escoria del error.