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Los Hechos de los Apóstoles
Dios. Y todo el pueblo le vió andar y alabar a Dios. Y conocían
que él era el que se sentaba a la limosna a la puerta del templo, la
Hermosa: y fueron llenos de asombro y de espanto por lo que le
había acontecido.”
“Y teniendo a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado,
todo el pueblo concurrió a ellos, al pórtico que se llama de Salo-
món, atónitos.” Se asombraban de que los discípulos pudiesen obrar
milagros análogos a los que había obrado Jesús. Sin embargo, allí
estaba aquel hombre, cojo e impedido durante cuarenta años, ahora
con pleno uso de sus miembros, libre de dolor y dichoso de creer en
Jesús.
Cuando los discípulos vieron el asombro del pueblo, Pedro pre-
guntó: “¿Por qué os maravilláis de esto? o ¿por qué ponéis los ojos
en nosotros, como si con nuestra virtud o piedad hubiésemos hecho
andar a éste?” Les aseguró que la curación se había efectuado en el
nombre y por los méritos de Jesús de Nazaret, a quien Dios había
resucitado de entre los muertos. Declaró el apóstol: “Y en la fe de
su nombre, a éste que vosotros veis y conocéis, ha confirmado su
nombre; y la fe que por él es, ha dado a éste completa sanidad en
presencia de todos vosotros.”
Los apóstoles hablaron claramente del gran pecado cometido
por los judíos al rechazar y dar muerte al Príncipe de la vida; pero
tuvieron cuidado de no sumir a sus oyentes en la desesperación.
“Mas vosotros al Santo y al Justo negasteis—dijo Pedro,—y pedisteis
que se os diese un homicida; y matasteis al Autor de la vida, al
cual Dios ha resucitado de los muertos; de lo que nosotros somos
testigos.” “Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis
hecho, como también vuestros príncipes. Empero Dios ha cumplido
así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que
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su Cristo había de padecer.” Declaró que el Espíritu Santo los estaba
llamando a arrepentirse y convertirse, y les aseguró que no había
esperanza de salvación sino por la misericordia de Aquel a quien
ellos habían crucificado. Solamente mediante la fe en él podían ser
perdonados sus pecados.
“Así que, arrepentíos y convertíos—exclamó,—para que sean bo-
rrados vuestros pecados; pues que vendrán los tiempos del refrigerio
de la presencia del Señor.”