Página 47 - Los Hechos de los Ap

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A la puerta del templo
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“Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios
concertó con nuestros padres, diciendo a Abraham: Y en tu simiente
serán benditas todas las familias de la tierra. A vosotros primera-
mente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, le envió para que os
bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad.”
Así los discípulos predicaron la resurrección de Cristo. Muchos
de los oyentes estaban aguardando este testimonio, y cuando lo
oyeron, creyeron. Les recordó las palabras que Cristo había hablado,
y se unieron a las filas de los que aceptaron el Evangelio. La semilla
que el Salvador había sembrado nació y dió fruto.
Mientras los discípulos estaban hablando al pueblo, “sobrevi-
nieron los sacerdotes, y el magistrado del templo, y los Saduceos,
resentidos de que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la
resurrección de los muertos.”
Después de la resurrección de Cristo, los sacerdotes habían di-
fundido lejos y cerca el falso informe de que su cuerpo había sido
robado por los discípulos mientras la guardia romana dormía. No
es sorprendente que se disgustaran cuando oyeron a Pedro y Juan
predicando la resurrección de Aquel a quien ellos habían asesinado.
Especialmente los saduceos se excitaron muchísimo. Sentían que su
más arraigada doctrina estaba en peligro, y que su reputación estaba
comprometida.
Rápidamente crecía el número de los convertidos a la nueva fe,
y tanto los fariseos como los saduceos convinieron en que si no
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ponían restricciones a estos nuevos instructores, su propia influencia
peligraría aun más que cuando Jesús estaba en la tierra. Por lo tanto,
el magistrado del templo, con la ayuda de algunos saduceos, prendió
a Pedro y a Juan, y los encerró en la cárcel, pues ya era demasiado
avanzada la tarde del día para someterlos a un interrogatorio.
Los enemigos de los discípulos no pudieron menos que conven-
cerse de que Jesús había resucitado de entre los muertos. La prueba
era demasiado concluyente para dar lugar a dudas. Sin embargo,
endurecieron sus corazones y rehusaron arrepentirse de la terrible
acción perpetrada al condenar a Jesús a muerte. A los gobernantes
judíos se les había dado abundante evidencia de que los apóstoles
estaban hablando y obrando bajo la inspiración divina, pero resis-
tieron firmemente el mensaje de verdad. Cristo no había venido en
la manera que esperaban, y aunque a veces se habían convencido