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Los Hechos de los Apóstoles
de que él era el Hijo de Dios, habían ahogado la convicción, y le
habían crucificado. En su misericordia Dios les dió todavía eviden-
cia adicional, y ahora se les concedía otra oportunidad para que se
volvieran a él. Les envió los discípulos para que les dijeran que ellos
habían matado al Príncipe de la vida, y esta terrible acusación cons-
tituía ahora otro llamamiento al arrepentimiento. Pero, confiados en
su presumida rectitud, los maestros judíos no quisieron admitir que
quienes les inculpaban de haber crucificado a Jesús hablasen por
inspiración del Espíritu Santo.
Habiéndose entregado a una conducta de oposición a Cristo,
todo acto de resistencia llegaba a ser para los sacerdotes un incentivo
adicional a persistir en la misma conducta. Su obstinación llegó a
ser más y más determinada. No se trataba de que no pudiesen ceder;
podían hacerlo, pero no querían. No era sólo porque eran culpables
y dignos de muerte, ni sólo porque habían dado muerte al Hijo de
Dios, por lo que fueron privados de la salvación; era porque se
habían empeñado en oponerse a Dios. Rechazaron persistentemente
la luz, y ahogaron las convicciones del Espíritu. La influencia que
domina a los hijos de desobediencia obraba en ellos, induciéndolos
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a maltratar a los hombres por medio de los cuales Dios obraba. La
malignidad de su rebelión fué intensificada por cada acto sucesivo
de resistencia contra Dios y el mensaje que él había encomendado
a sus siervos que declarasen. Cada día, al rehusar arrepentirse, los
dirigentes judíos renovaron su rebelión, preparándose para segar lo
que habían sembrado.
La ira de Dios no se declara contra los pecadores impenitentes
meramente por causa de los pecados que han cometido, sino por
causa de que, cuando son llamados al arrepentimiento, escogen
continuar resistiendo, y repiten los pecados del pasado con desprecio
de la luz que se les ha dado. Si los caudillos judíos se hubiesen
sometido al poder convincente del Espíritu Santo, hubieran sido
perdonados; pero estaban resueltos a no ceder. De la misma manera,
el pecador que se obstina en continua resistencia se coloca fuera del
alcance del Espíritu Santo.
El día siguiente al de la curación del cojo, Anás y Caifás, con los
otros dignatarios del templo, se reunieron para juzgar la causa, y los
presos fueron traídos delante de ellos. En aquel mismo lugar, y en
presencia de algunos de aquellos hombres, Pedro había negado ver-