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Los Hechos de los Apóstoles
hecho esto, y es cosa maravillosa en nuestros ojos? Por tanto os
digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a
gente que haga los frutos de él. Y el que cayere sobre esta piedra,
será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará.”
Mateo
21:42-44
.
Mientras los sacerdotes escuchaban las valerosas palabras de los
apóstoles, “les conocían que habían estado con Jesús.”
[53]
De los discípulos, después de la transfiguración de Cristo, leemos
que al terminar la maravillosa escena, “a nadie vieron, sino sólo a
Jesús.”
Mateo 17:8
. “Sólo a Jesús”—en estas palabras se halla el
secreto de la vida y el poder que señaló la historia de la iglesia
primitiva. Cuando los discípulos oyeron por primera vez las palabras
de Cristo, sintieron su necesidad de él. Le buscaron, le hallaron, y
le siguieron. Estuvieron con él en el templo, a la mesa, en la ladera
de la montaña, en el campo. Eran como alumnos con un maestro, y
recibían diariamente de él lecciones de verdad eterna.
Después de la ascensión del Salvador, el sentido de la presencia
divina llena de amor y luz, permaneció todavía con ellos. Era una
presencia personal. Jesús, el Salvador, que había caminado, hablado
y orado con ellos, que había hablado palabras de esperanza y consue-
lo a sus corazones, mientras el mensaje de paz estaba en sus labios,
había sido tomado de ellos al cielo. Mientras el carro de ángeles le
recibía, los discípulos oyeron sus palabras: “He aquí, yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” El había ascendido
al cielo con forma humana. Sabían que estaba delante del trono de
Dios, y que todavía era su amigo y Salvador; que sus simpatías eran
invariables; que estaría identificado para siempre con la humanidad
doliente. Sabían que estaba presentando delante de Dios los méritos
de su sangre, mostrando sus manos y pies heridos, como recuerdo
del precio que había pagado por sus redimidos; y este pensamiento
los fortalecía para soportar vituperio por su causa. Su unión con él
era más fuerte ahora que cuando estaba con ellos en persona. La luz
y el amor y el poder de un Cristo que moraba en ellos irradiaba de
ellos, de modo que los hombres, al contemplarlos, se maravillaban.
Cristo puso su sello en las palabras que Pedro pronunció en
su defensa. Junto al discípulo, como testigo convincente, estaba el
hombre que tan maravillosamente había sido curado. La presencia de
este hombre, pocas horas antes cojo inválido, y ahora perfectamente