Página 53 - Los Hechos de los Ap

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A la puerta del templo
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la mayoría no tiene autoridad.” (Véase D’Aubigné,
History of the
Reformation,
libro 13, cap. 5.)
En nuestros días debemos sostener firmemente este principio. El
estandarte de la verdad y de la libertad religiosa sostenido en alto
por los fundadores de la iglesia evangélica y por los testigos de Dios
durante los siglos que desde entonces han pasado, ha sido, para este
último conflicto, confiado a nuestras manos. La responsabilidad de
este gran don descansa sobre aquellos a quienes Dios ha bendecido
con un conocimiento de su Palabra. Hemos de recibir esta Palabra
como autoridad suprema. Hemos de reconocer los gobiernos hu-
manos como instituciones ordenadas por Dios mismo, y enseñar la
obediencia a ellos como un deber sagrado, dentro de su legítima
esfera. Pero cuando sus demandas estén en pugna con las de Dios,
hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres. La palabra de
Dios debe ser reconocida sobre toda otra legislación humana. Un
“Así dice Jehová” no ha de ser puesto a un lado por un “Así dice
la iglesia” o un “Así dice el estado.” La corona de Cristo ha de ser
elevada por sobre las diademas de los potentados terrenales.
No se nos pide que desafiemos a las autoridades. Nuestras pala-
bras, sean habladas o escritas, deben ser consideradas cuidadosamen-
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te, no sea que por nuestras declaraciones parezcamos estar en contra
de la ley y del orden y dejemos constancia de ello. No debemos
decir ni hacer ninguna cosa que pudiera cerrarnos innecesariamente
el camino. Debemos avanzar en el nombre de Cristo, defendiendo
las verdades que se nos encomendaron. Si los hombres nos prohi-
ben hacer esta obra, entonces podemos decir, como los apóstoles:
“Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a
Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.”
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