Página 57 - Los Hechos de los Ap

Basic HTML Version

Una amonestación contra la hipocresía
53
Santo, y se hace un voto de dar cierta cantidad, el que ha hecho
el voto no tiene ya ningún derecho a la porción consagrada. Las
promesas de esta clase hechas a los hombres serían consideradas
como obligación; ¿y no son más obligatorias las que se hacen a
Dios? ¿Son las promesas consideradas en el tribunal de la conciencia
menos obligatorias que los acuerdos escritos de los hombres?
Cuando la luz divina brilla en el corazón con inusitada claridad y
poder, el egoísmo habitual afloja su asidero, y hay disposición para
dar a la causa de Dios. Pero nadie piense que podrá cumplir sus
promesas hechas entonces, sin una protesta de Satanás. A él no le
agrada ver edificarse el reino del Redentor en la tierra. El sugiere
que la promesa hecha es demasiado grande, que puede malograr
los esfuerzos por adquirir propiedades o complacer los deseos de la
familia.
Es Dios quien bendice a los hombres con propiedades, y lo hace
a fin de que puedan dar para el avance de su causa. El envía la luz
[62]
del sol y la lluvia. El hace crecer la vegetación. El da la salud y la
habilidad de adquirir medios. Todas nuestras bendiciones proceden
de su generosa mano. A su vez, quiere que los hombres y mujeres
manifiesten su gratitud devolviéndole una parte como diezmos y
ofrendas, ofrendas de agradecimiento, ofrendas voluntarias, ofren-
das por la culpa. Si los medios afluyeran a la tesorería de acuerdo
con este plan divinamente señalado, a saber, la décima parte de
todos los ingresos, y ofrendas liberales, habría abundancia para el
adelantamiento de la obra del Señor.
Pero el corazón de los hombres se endurece por el egoísmo,
y, como Ananías y Safira, son tentados a retener parte del precio,
mientras pretenden cumplir los requerimientos de Dios. Muchos
gastan dinero pródigamente en la complacencia propia. Los hombres
y mujeres consultan su deseo y satisfacen su gusto, mientras traen a
Dios, casi contra su voluntad, una ofrenda mezquina. Olvidan que
un día Dios demandará estricta cuenta de la manera en que se han
usado sus bienes, y que la pitanza que entregan a la tesorería no será
más aceptable que la ofrenda de Ananías y Safira.
Del severo castigo impuesto a estos perjuros, Dios quiere que
aprendamos también cuán profundo es su aborrecimiento y despre-
cio de toda hipocresía y engaño. Al pretender que lo habían dado
todo Ananías y Safira mintieron al Espíritu Santo, y como resultado,