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Los Hechos de los Apóstoles
los sacerdotes obedecía a la fe.” Esta cosecha de almas se debió
igualmente a la mayor libertad de que gozaban los apóstoles y al
celo y virtud demostrados por los siete diáconos. El hecho de que
estos hermanos habían sido ordenados para la obra especial de mirar
por las necesidades de los pobres, no les impedía enseñar también
la fe, sino que, por el contrario, tenían plena capacidad para instruir
a otros en la verdad, lo cual hicieron con grandísimo fervor y éxito
feliz.
A la iglesia primitiva se le había encomendado una obra de
crecimiento constante: el establecer centros de luz y bendición don-
dequiera hubiese almas honestas dispuestas a entregarse al servicio
de Cristo. La proclamación del Evangelio había de tener alcance
mundial, y los mensajeros de la cruz no podían esperar cumplir
su importante misión a menos que permanecieran unidos con los
vínculos de la unidad cristiana, y revelaran así al mundo que eran
uno con Cristo en Dios. ¿No había orado al Padre su divino Director:
“Guárdalos por tu nombre, para que sean una cosa, como también
nosotros”? ¿Y no había declarado él de sus discípulos: “El mundo
los aborreció, porque no son del mundo”? ¿No había suplicado al
Padre que ellos fueran “consumadamente una cosa,” “para que el
mundo crea que tú me enviaste”?
Juan 17:11, 14, 23, 21
. Su vida y
poder espirituales dependían de una estrecha comunión con Aquel
por quien habían sido comisionados a predicar el Evangelio.
Solamente en la medida en que estuvieran unidos con Cristo,
podían esperar los discípulos que los acompañara el poder del Espí-
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ritu Santo y la cooperación de los ángeles del cielo. Con la ayuda
de estos agentes divinos, podrían presentar ante el mundo un frente
unido, y obtener la victoria en la lucha que estaban obligados a
sostener incesantemente contra las potestades de las tinieblas. Mien-
tras continuaran trabajando unidos, los mensajeros celestiales irían
delante de ellos abriendo el camino; los corazones serían preparados
para la recepción de la verdad y muchos serían ganados para Cristo.
Mientras permanecieran unidos, la iglesia avanzaría “hermosa co-
mo la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en
orden.”
Cantares 6:10
. Nada podría detener su progreso. Avanzando
de victoria en victoria, cumpliría gloriosamente su divina misión de
proclamar el Evangelio al mundo.