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Los Hechos de los Apóstoles
su elocuencia y la lógica de los rabinos a fin de convencer a las
gentes de que Esteban predicaba falsas y perniciosas doctrinas. Pero
Saulo encontró en Esteban un varón que comprendía plenamente
los designios de Dios en la difusión del Evangelio por las demás
naciones.
En vista de que no podían rebatir la clara y serena sabiduría de
Esteban, los sacerdotes y magistrados resolvieron hacer con él un
escarmiento, de modo que a la par de satisfacer su odio vengativo
impidiesen por el miedo que otros aceptaran sus creencias. Soborna-
ron a unos cuantos testigos para que levantaran el falso testimonio
de que le habían oído blasfemar contra el templo y la ley. Los tes-
tigos declararon: “Le hemos oído decir, que este Jesús de Nazaret
destruirá este lugar, y mudará las ordenanzas que nos dió Moisés.”
Mientras Esteban se hallaba frente a frente con sus jueces para
responder a la acusación de blasfemia, brillaba sobre su semblante
un santo fulgor de luz, y “todos los que estaban sentados en el
concilio, puestos los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de
un ángel.” Muchos de los que contemplaron esa luz, temblaron y
encubrieron su rostro; pero la obstinada incredulidad y los prejuicios
de los magistrados no vacilaron.
Cuando interrogaron a Esteban respecto de si eran ciertas las
acusaciones formuladas contra él, defendióse con clara y penetrante
voz que resonó en toda la sala del concilio. Con palabras que cauti-
varon al auditorio, procedió a repasar la historia del pueblo escogido
de Dios, demostrando completo conocimiento de la dispensación
judaica y de su interpretación espiritual, ya manifestada por Cristo.
Repitió las palabras de Moisés referentes al Mesías: “Profeta os
levantará el Señor Dios vuestro de vuestros hermanos, como yo; a él
oiréis.” Evidenció su lealtad para con Dios y la fe judaica, aunque
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demostrando que la ley en que confiaban los judíos para su salvación
no había podido salvar a Israel de la idolatría. Relacionó a Jesucristo
con toda la historia del pueblo judío. Refirióse a la edificación del
templo por Salomón, y a las palabras de Salomón e Isaías: “Si bien
el Altísimo no habita en templos hechos de mano; como el profeta
dice: El cielo es mi trono, y la tierra es el estrado de mis pies. ¿Qué
casa me edificaréis? dice el Señor; ¿o cuál es el lugar de mi reposo?
¿No hizo mi mano todas estas cosas?”