Página 75 - Los Hechos de los Ap

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El primer mártir cristiano
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Al llegar Esteban a este punto, se produjo un tumulto entre los
oyentes. Cuando relacionó a Cristo con las profecías, y habló de
aquel modo del templo, el sacerdote rasgó sus vestiduras, fingiéndose
horrizado. Esto fué para Esteban un indicio de que su voz iba pronto
a ser acallada para siempre. Vió la resistencia que encontraban
sus palabras y comprendió que estaba dando su postrer testimonio.
Aunque no había llegado más que a la mitad de su discurso, lo
terminó abruptamente.
De pronto, interrumpiendo el relato histórico que proseguía, y
volviéndose hacia sus enfurecidos jueces, exclamó: “Duros de cerviz,
e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al
Espíritu Santo: como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál
de los profetas no persiguieron vuestros padres? y mataron a los que
antes anunciaron la venida del Justo, del cual vosotros ahora habéis
sido entregadores y matadores; que recibisteis la ley por disposición
de ángeles, y no la guardasteis.”
Al oír esto, la ira puso fuera de sí a los sacerdotes y magistrados.
Obrando más bien como fieras que como seres humanos, se abalan-
zaron contra Esteban crujiendo los dientes. El preso leyó su destino
en los crueles rostros que le cercaban, pero no se inmutó. No temía
la muerte ni le aterrorizaban los furiosos sacerdotes ni las excitadas
turbas. Perdió de vista el espectáculo que se ofrecía a sus ojos, se
le entreabrieron las puertas del cielo, y vió la gloria de los atrios de
Dios y a Cristo que se levantaba de su trono como para sostener a
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su siervo. Con voz de triunfo exclamó Esteban: “He aquí, veo los
vielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios.”
Al describir Esteban la gloriosa escena que sus ojos contempla-
ban, ya no pudieron aguantar más sus perseguidores. Se taparon los
oídos para no oírlo, y dando grandes voces, arremetieron unánimes
contra él, lo echaron “fuera de la ciudad” “y apedrearon a Esteban,
invocando él y diciendo: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto
de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les imputes este pecado. Y
habiendo dicho esto, durmió.”
No se había sentenciado legalmente a Esteban; pero las autorida-
des romanas fueron sobornadas con gruesas sumas de dinero, para
que no investigasen el caso.
El martirio de Esteban impresionó profundamente a cuantos
lo presenciaron. El recuerdo de la señal de Dios en su rostro; sus